martes, 28 de julio de 2020

Las ventajas de vivir sola


No sé si alguna vez lo he contado por acá, pero desde hace casi seis años he vivido sola. En algunas ocasiones, he compartido mi casa con amigos, pero estará usted de acuerdo, querido lector, en que eso en nada se compara con vivir con los papás. 

La historia de cómo empecé a vivir sola fue más o menos así. Resulta que un día cualquiera llamaron a mi mamá unos primos de ella a decirle que su tía estaba muy enferma, y a pedirle que si por favor les podía ayudar a cuidarla (pagándole cierto monto mensual, claro está). Mi mamá, que es tan noble como una lechuga, aceptó casi en el acto, y se fue a Santa Marta. En ese momento, me dijo que se iba por un corto periodo, más o menos como un mes. Sin embargo, unos 15 días después, cuando fui a visitarla en la Samaria, me soltó de sopetón la noticia de que la cuestión sería permanente. Como quien dice, yo no me independicé de mi mamá, ella se independizó de mí. Y de un momento para otro.

Tiempo después, la tía Luca se murió, mi mamá se amañó en Santa Marta, consiguió trabajo como profesora y se quedó allá. Luego, por otras circunstancias que después le contaré, cambió de ciudad de residencia dos veces más. El caso es que, al día de hoy, mi mamá no vive conmigo, y ni siquiera vivimos en la misma ciudad.

Esta situación, lejos de causarme algún tipo de resquemor, me hace sentir conforme. Después de todo, siempre me han gustado la independencia y, sobre todo, la soledad. Por otra parte, esto permite que tenga una relación cordial con doña Esperanza, aunque distante. La verdad, cuando vivíamos juntas, nos la pasábamos peleando un día sí y el otro también. Algo nada bueno para ninguna de las dos.

Después de contarle cómo fue el grito de independencia de mi señora madre, paso a abordar ahora sí al objetivo de este post, que es narrarle, desde mi perspectiva, por qué vivir solo tiene un jurgo de ventajas, que usted podrá experimentar bajo su propia cuenta y riesgo el día que decida salir de la casa de sus papás, si así lo desea. Si no, por lo menos podrá entretenerse con esta historia, porque no hay que negar que vivir con los papás también tiene sus particulares encantos.

Cuando usted vive solo, nadie le jode la vida

Pongamos una cosa en claro. Cuando se vive con los padres, hay que cumplir con ciertas reglas. Una de ellas es rendirles cuentas de casi cualquier decisión que se toma. Recuerdo que cuando mi mamá se fue, pretendía que le siguiera informando sobre cada uno de mis pasos incluso estando ella a aproximadamente 900 kilómetros de distancia. Con amabilidad, pero con firmeza, le tuve que parar el carro. Le dije algo así como “mami, tú ya estás viviendo allá, deja que yo haga mi vida y confía en que la crianza que me diste durante todos estos años me ha dado las herramientas para tomar el mejor rumbo”. Por fortuna, lo entendió.

Cuando usted vive solo, y suponiendo que no tenga por ahí su toxi-love, nadie está encima de usted preguntándole de dónde viene y para dónde va. Usted decide si sale, si no, a qué hora va a llegar a casa, si esa noche no va a llegar… y nadie se lo va a cuestionar. También hay autonomía para tomar otro tipo de decisiones, como la frecuencia con la que sumercé le va a pasar la escoba y el trapero a su casa, cómo va a gastar su dinero e incluso qué carajos va a comer. Cualquiera que sea su alternativa en estos y otros aspectos, usted verá, ya que es el único responsable y la única persona que tendrá que lidiar con las consecuencias de lo que haga o deje de hacer.

Las reglas las pone usted

Cuando sumercé vive solo, las reglas de cómo gestiona su casa y su vida las establece usted. 

Por ejemplo, si usted no es muy fan de las reuniones familiares (con el tiempo les empezará a coger el gusto, sé por qué se lo digo), nadie lo va a obligar a ir. Bastará con aducir que tiene mucho trabajo para que lo dejen en paz. Las personas, sobre todo si hacen parte de su familia, al ver que sumercé se mantiene solo le empiezan a tener más respeto, y comienzan a tratarle como un adulto.

Por otra parte, usted decidirá quién entra a su casa y quién no. Se librará de la odiosa vecina que tanto le cae bien a su mamá, o del amigo mamón de su papá. En mi casa, solo entran personas a quienes les tengo afecto, y entre ellas no se incluye V, la súper amiga de doña Esperanza que tantos malos ratos me hizo pasar. Por fortuna, ya no vive en esta ciudad, pero si viviera aquí, de igual manera la tendría a metros de mi humilde hogar, así quisiera visitar a mi mamá. 

Estas son solo algunas muestras de lo que sucede cuando uno vive y se mantiene solo. Pero podríamos incluir algunas más, como que si usted quiere dejar los platos en el lavadero para fregarlos después, fumar donde le dé la gana, poner la música que quiera al volumen que prefiera (por supuesto procurando no molestar a los vecinos) o pasear en bola por todo el lugar, lo puede hacer. Y nadie le va a joder la vida por eso.

Mayor libertad, sí, pero mayor responsabilidad

Usted pensará que, viviendo solo y sin tener hijos, todo es sexo, drogas y rock n’ roll. Y sí, a lo mejor en un principio pueda ser así, no voy a venir a dármelas de santa en este cochino blog. Sin embargo, llega un momento en que las situaciones en que la vida lo pone a uno lo llevan a poner los pies sobre la tierra y darse cuenta de que hay mucho, mucho más.

Ahora, aquí no se trata de tener la moralina subida y decirle qué es lo que debe hacer o no. Usted verá si hace de su casa un burdel cada noche, o si deja de hacer fiestas, como lo tuve que hacer yo en algún momento de la historia. A lo que voy es que llega un punto en que las cuentas se van acumulando, hay que comer, hay que subsistir y hay que aprender a establecer prioridades. 

Llega un punto en que es más importante hacer mercado que salir a comer a sitios fancy; o pagar el recibo de la luz que salir de farra con los amigos. Si su economía le permite hacer las dos cosas, fabuloso; pero si le pasa como a mí cuando empecé a vivir sola, si no aprende a gestionar sus finanzas se verá en lo que yo llamo “modo final de mes” durante todo el mes, es decir, sin cinco en el bolsillo. Y eso no es para nada chévere.

Antes de irse a vivir solo, por caridad, tenga un medio económico que le permita vivir de una manera digna, y haga un presupuesto de ingresos (la plata que entra a su bolsillo) y egresos (la plata que se gasta). Aprenda a ahorrar, trate de no endeudarse y por favor, ¡no se gaste la plata en maricadas!

Esto que a simple vista pudiera parecer una pesadilla, es en realidad una oportunidad de crecimiento personal la hijuemadre. Cuando usted aprende a responsabilizarse, no solo por su sustento económico, sino por el cuidado de su casa y de sí mismo, la libertad que llega después a su vida es inimaginable.

Eso sí, hay que aprender a gestionar la soledad

Sí, vivir solo es del carajo, aunque también tiene sus desafíos. 

Cuando sumercé no está acostumbrado a la soledad y se lanza a la aventura de vivir solo, es posible que, valga la redundancia, al sentirse solo tome pésimas decisiones. Por ejemplo, puede dejar entrar a su casa a gente que no le va a traer sino problemas (como me pasó con cierto personaje, del que le contaré en una próxima ocasión), caer en vicios que nada bueno traen, descuidarse o ponerse a hacer cosas que le aparten de lo que quiere en la vida. Así que ojo con eso.

En mi caso, el más difícil hasta ahora, y después de seis años, es que aún no me he convertido en la reina del hogar. En otras palabras, soy bastante desordenada. Pero estoy trabajando en eso. Algún día voy lograr que mi casa tenga un estado permanente de orden y aseo, se lo aseguro.

Le animo de todo corazón a que intente vivir solo/a, sin duda alguna es una experiencia enriquecedora que, si bien tiene sus retos, le va a enseñar mucho, sobre todo acerca de sí mismo/a. Y si tiene la oportunidad de hacerlo con roommies, mucho mejor, espero que tenga la suerte de encontrar unos tan maravillosos como los que yo he tenido en mi casa. Y sí, estoy hablando especialmente de mi mejor amigo, que se va hoy. ¡Lo voy a extrañar como un berraco!

Y reitero, si prefiere vivir con sus papás, ¡adelante! Vivir con los viejos también tiene cosas bien lindas, de las que si bien nos va, hablaremos en un próximo post.

martes, 21 de julio de 2020

Lo que el Drag ha hecho por nosotras



Recuerdo que en 2010, cuando anunciaron por VH1 la transmisión de la segunda temporada de RuPaul’s Drag Race, me causó mucha curiosidad, ya que era la primera vez que un canal de televisión abierta producía un show tan enfocado hacia la comunidad LGBT. Aunque en ese entonces estaba asistiendo a una iglesia cristiana, estaba loca por verlo, ya que además siempre tuve una gran afinidad hacia lxs Drag Queens, que por esos tiempos no entendía, pues mi conocimiento sobre ellxs, hasta ese momento, se limitaba a los shows que hacían en los bares gay que frecuentaba en Bogotá.

Y sí, sé que el show ha recibido muchas críticas a lo largo de sus 12 temporadas, pero no se puede negar que gracias a Drag Race, en medio de sus aciertos y errores, el Drag ha ganado una visibilidad que nunca había tenido. Estoy convencida de que Drag Race no solo nos acercó al arte Drag, nos ha dado una radiografía muy completa desde adentro sobre el tema y nos ha quitado un montón de prejuicios de la cabeza que muchos, a pesar de no ser homofóbicos, hemos tenido sobre las personas que se dedican a esto.

Aclarando lo anterior, el objetivo de este post no se limita a hablar de RuPaul’s Drag Race, sino poner sobre la mesa lo que la comunidad ha hecho por todas nosotras, las mujeres cis que gracias a este show nos enamoramos de los diversos tipos de arte Drag.

El Drag me ha acompañado en los peores momentos de mi vida

Recuerdo muy bien una noche en la que, atravesando una tusa de aquellas, me fui con mi mejor amigo a un bar gay en un pueblo cercano a Bogotá. Me llevé una grata sorpresa cuando anunciaron que habría un show de Drag de medianoche. Hace mucho no me sentía tan feliz.

Anécdotas como esta hay muchas, pero para no extender este post en demasía solo diré que las temporadas de Drag Race, shows como La Más Draga o Dragula, y los shows en vivo que he tenido la oportunidad de ver, han estado ahí para hacerme sentir mejor en los momentos más negros de mi vida, como mis crisis depresivas, aquella ocasión en la que me fracturé el tobillo y estuve en cama durante meses, o durante esta estúpida pandemia. 

El Drag me enseñó a amarme y, sobre todo, a aceptarme como soy

Es increíble cómo estas amazonas se trepan en sus tacones y se convierten en el estandarte del empoderamiento. Por supuesto, son un ejemplo para muchas, pues en algunas ocasiones permitimos que nuestras propias inseguridades se lleven lo mejor de nosotras. Ojo, no estoy diciendo que unx Drag nunca se sienta insegurx, a lo que voy es que el Drag nos ha enseñado que si bien las inseguridades son algo normal en cualquier persona, está en nosotras mismas sobrepasarlas y ser lo que nos dé la gana de ser.

“If you can’t love yourself, how the hell are you gonna love somebody else?” es la frase con la que RuPaul cierra cada capítulo de Drag Race, y que yo contesto con un “¡amén!” a voz en cuello como si estuviera en el set de grabación. Y es que el amor propio es clave, es la base de todo. Pero ya ahondaremos en la explicación de este punto en una próxima ocasión.

De igual manera, a través del Drag podemos comprender que, sin importar nuestras circunstancias físicas, mentales o sociales, siempre podemos apropiarnos de quiénes somos, llegar a la situación a donde queremos estar y ser esa versión corregida, aumentada y mejorada de nosotros mismos.

El Drag me enseñó que está bien caerse, y está mucho mejor levantarse

Lxs chicxs que participan en Drag Race cometen errores, caen al bottom, incluso lxs eliminan del show. Sin embargo, nada de esto lxs hace desfallecer, ni dejar de hacer eso que tanto aman (salvo casos muy contados, como el de Tyra Sanchez, pero eso es otro cuento). Ellxs caen, pero así mismo reúnen fuerzas de donde no las hay para levantarse y “slay another day”.

El Drag me hizo comprender que ser uno mismo es la clave del éxito

En Drag Race, y dentro de la comunidad Drag, se ven todo tipo de personajes. Mucha gente cree que el Drag se trata simplemente de hombres que se visten de mujer, y no es el caso. Están lxs trans, los drag kings (mujeres que se visten de hombre), los hombres que hacen Drag y no son homosexuales, y las mujeres cis que hacen Drag, como Piroba.

No solo eso, dentro del Drag no importa mucho cuál es la forma de tu cuerpo, ni cuál es tu personalidad, ni cuál es tu estilo. Existen big queens, como Latrice Royale; fishy queens, como Courtney Act; comedy queens, como Bianca del Rio; messy queens, como Adore Delano (ella misma lo dice así); o “scary” queens, como Sharon Needles. Si yo fuese Drag, mi estética y personalidad serían una combinación entre Adore Delano y Sharon Needles.

A lo que voy con todo esto es que usted no tiene que meterse dentro de un molde para encajar y tener una presencia relevante en el mundo, cualquiera que sea su campo de experticia. Basta con que se atreva a lanzarse al ruedo siendo quien es.  

El Drag me ha empoderado, si es que hiciera falta, para tener los ovarios bien puestos

Sin duda alguna, hace falta tener mucho carácter para treparse en unos tacones, ponerse una peluca y salir al mundo, sobre todo teniendo en cuenta que, en pleno 2020, el Drag en muchos sectores de la sociedad sigue siendo algo mal visto, sobre todo por quienes no se toman el trabajo de conocerlo y comprenderlo a fondo.

Esto va muy unido al punto anterior, si usted quiere tener éxito en cualquier cosa que se proponga (sin importar qué signifique para usted el éxito), tiene que tener las pelotas / los ovarios bien puestos en su lugar para ser usted es, pararse firme para defender sus ideales y no dejar que ninguna circunstancia lo tire al piso. En ese sentido, no conozco a nadie más empoderado que unx Drag Queen.

Sé que me estoy quedando muy corta al nombrar todo lo que el Drag ha hecho no solo por mí, sino por las miles de mujeres cis que amamos y nos gozamos con este arte. Tengo que contarle además que, en Bogotá, hay muchas organizaciones LGBT, como la Red Comunitaria Trans, que hacen una labor invaluable no solo para la comunidad, sino con mujeres cis. ¡Corra a seguirlos en sus redes sociales para saber más! 

Si usted es tan fan del Drag como yo, le animo fervientemente a que no se conforme solo con ver por televisión o por internet sus shows favoritos. Apoye a sus Drags locales. Si tienen un show, vaya a verlxs, y normalice el darles propina, además de pagar la boleta. Si tienen presencia en redes sociales, sígalxs y comparta sus publicaciones, lo mismo si tienen canales en YouTube. Considere además, de cara a la pandemia, apoyarles económicamente de algún modo. Son acciones pequeñas, pero espero que de alguna forma contribuyan a devolverles en algo toda la luz que nos dan.  

martes, 14 de julio de 2020

Me contacté con la línea de prevención del suicidio en Bogotá, y esto fue lo que pasó




Hace un par de meses, tuve una recaída fuerte en mi enfermedad, que si usted ha leído mi post de hace tiempo, ya sabrá cuál es. Si bien a la larga no fue grave (es decir, aquí sigo), fue algo complicado que me llevó a ponerme en contacto con la famosa línea de prevención del suicidio de Bogotá, a la que tanto bombo le han hecho últimamente, sobre todo por este asunto de la cuarentena. A continuación le contaré toda la historia. 

Empecemos por narrar que tratar de comunicarse con la línea es un suplicio, no semejante a cuando usted se contacta con un call center de servicio al cliente, en el que pueden pasar horas para que le contesten. El meollo del complique se encuentra en la falta de claridad en cuanto a cuál es el número telefónico correcto, por lo que, acudiendo al que sale por internet, me encontré al principio llamando a todas partes, menos a la que necesitaba.  

Cuando logré dar con la línea correcta (es la 106) y por fin pude contactar, me percaté al instante de que ese cuento de que al otro lado de la línea hay una persona dispuesta a escucharlo a uno es una vil mentira. Quien contestó la llamada me remitió a un número de WhatsApp (como quien dice, si uno no tiene un smartphone, se jodió), al que no se puede enviar notas de voz, mucho menos llamar. 

Y en estos casos se hace más cierta que nunca la frase que dice un amigo, una llamada vale más que mil mensajes por WhatsApp. Es decir, en una llamada uno puede sentir que de verdad puede conectar con alguien, que ese alguien tiene algo de empatía hacia cualquier situación por la que esté pasando, que usted es importante, cosa que así sea un pajazo mental, puede ser de gran ayuda en el momento en que está pensando seriamente en quitarse la vida.  

Después del inciso anterior, podemos continuar con la historia. 

En el número de WhatsApp me puse en contacto con una psicóloga, a quien llamaremos T. T me preguntó someramente cómo estaba mi vida en este momento, a qué se debía mi crisis, si alguna vez me había visto un psicólogo o un psiquiatra, si tenía algún diagnóstico médico (fui diagnosticada con depresión crónica hace muchos años) y si ahora mismo estaba tomando algún medicamento. 

Acto seguido, procedió a darme algunas palabras de, según ella, aliento, como “has sido muy valiente al resistir tanto tiempo sin medicación (lo sé, gracias)”, o “intenta tener una actitud más positiva (¡no me digas!, ¿eso con qué se come?) y tomar mis datos personales para remitir mi caso al hospital de mi localidad en Bogotá para que un profesional de la entidad pudiera ocuparse del tema. 

Doña T afirmó que se iban a comunicar lo más pronto posible conmigo para concretar una cita, así fuera virtual. Han pasado ya dos meses y eso nunca sucedió. 

Ahora. usted se preguntará por qué no intenté contactar otra vez. El motivo es simple, he visto a profesionales en salud mental desde los 7 años, aproximadamente, y nunca me he sentido cómoda. Sin embargo, cuando me veo mal y estoy consciente de que necesito ayuda urgente, intento tratar de confiar en que esta vez será diferente y buscarla. No fue el caso. Si he de ser honesta, por alguna extraña razón me sentí como si tuviese 12 años de nuevo y el pelafustán de turno le estuviese diciendo a mis papás que mis intentos de suicidio eran por llamar la atención. 

La verdad es que en ese momento, en el que me vi en la inmunda y sin muchas posibilidades, me ayudó más hablar con un amigo/conocido de Facebook a quien respeto profundamente como profesional y considero una persona sensata que chatear con la supuesta psicóloga del distrito. A ese man sí le pueden dar las gracias de mi parte.

9 de julio

Esta historia originalmente iba a concluir con que, luego de dos meses, nunca me contactaron como lo habían prometido. Sin embargo, hace unos días lo hicieron, ¡ya para qué! Pero no se me emocione de a mucho, querido lector, porque el cuento se hace aún más escabroso.

Como mencionaba, recibí la famosa llamada que ya no esperaba y que contesté aún temiendo que fuera una culebra. Cuando supe de qué se trataba, sinceramente me exasperé y llegué a ser un poco brusca con la persona al otro lado de la línea, a quien llamaremos C. Como se lo dije a ella y sigo sosteniendo, me parece el colmo que después de tanto tiempo por fin se comuniquen conmigo. C me respondió con la típica excusa pueril, “la profesional que se pone en contacto contigo no tiene la culpa, acabo de recibir tu caso”, aunque ante mi insistencia terminó excusándose en nombre de la entidad. Sin embargo, el daño ya estaba hecho, ya había logrado indisponerme.

Lo peor del caso es que C se limitó a tomar los datos que yo ya había proporcionado cuando contacté con el distrito, incluyendo el motivo de mi consulta, como si no fuera obvio. Y la cereza de este pastel fueron las frases de autoayuda para masas que terminó soltando, como “muchas personas pasan por situaciones difíciles, y peor aún en la crisis que estamos atravesando a nivel mundial (por cierto, ahí caímos en una falacia ad populum)”, o “espero que pronto puedas solucionar tus problemas”. No, pues, descubrimos juntas el agua tibia, ¡gracias!
  
Reconozco, de nuevo, que no fui la persona más amable con C, pero la verdad es que indignada es poca palabra para describir cómo estaba, ¡estaba envenenada de la piedra! Y quienes me conocen saben que, cuando me enojo, se me olvida todo asomo de buena educación.

C concluyó con su letanía diciendo que, mientras el distrito le hace seguimiento a mi caso, me contacte con mi EPS y agende una cita con un profesional. En ese orden de ideas, vaya a su EPS, pida una cita con médico general, espere que ese médico general le dé la orden para la cita con el psicólogo o el psiquiatra, y luego espere a ver cuándo hay disponibilidad para que le asignen esa cita... 

Para saber que, cuando un psicólogo o psiquiatra lo atiende a uno por EPS, lo hace en 15 minutos, y de una forma muy general le dice mafufadas o le receta medicamentos genéricos, que a largo plazo dañan su sistema digestivo. ¿Por qué creen que llevo más de 10 años sin medicación?

Por experiencia propia, sé que el servicio de las EPS en el área de salud mental es comparable con una tragedia griega, lo padecí por mucho tiempo. Ignoro cómo sea la situación con el Sisben (si usted la conoce, por favor escríbalo en los comentarios), pero si se asemeja a la de las EPS, no es de extrañarse que la gente prefiera llamar a la línea, esperando que estos profesionales sí tengan algo de sentido de urgencia. Como hemos visto hasta ahora, no es así.  

Volviendo al tema, quizá lo más impactante es que a quien pusieron en contacto conmigo no fue un psicólogo, o un psiquiatra. No, fue una trabajadora social, que poco o nada puede hacer, pues no es su campo de experticia, ¿o sí?. Cabe preguntarse por qué. Es decir, ¿para el distrito soy una estadística más?, ¿a la entidad le preocupa ayudarme, o solo está intentando recabar datos?, ¿será que a ninguno de ellos le importa si vivimos o morimos? A la luz del tiempo que tardaron en comunicarse de vuelta con esta servidora, la respuesta resulta obvia.

Y lo vamos a confirmar en un par de meses, cuando se vuelvan a contactar conmigo y los pueda mandar directamente y sin escalas a la puta mierda…

14 de julio

Este post iba a ser publicado hoy en la noche concluyendo con el párrafo anterior, cuando estaba decidida a enviar a la entidad y a sus profesionales de paseo a Pekín. Sin embargo, he de decirle, querido lector, con mucho gusto que me han dejado con la boca bien cerrada.

Hoy en la tarde me volvió a llamar C, la trabajadora social, con quien, por cierto, me disculpé por las cosas que le dije durante la primera llamada y a lo largo de este post. Me dijo que un psicólogo se estaba tratando de comunicar conmigo, pero que no había sido posible. Revisé el teléfono y, en efecto, tenía una llamada perdida y un mensaje de voz del tipo, a quien llamaremos F.

Tengo que admitir que, como me lo temía, los visos de mediocridad del servicio de la Secretaría de Salud no son responsabilidad de los profesionales, sino del propio sistema de la entidad. Y lo afirmo porque lo primero que F me preguntó fue cómo me había ido con los seguimientos, y se sorprendió cuando le respondí que este era el primero, que mejor dicho, él me estaba inaugurando (lo sé, eso se lee horrible, pero fueron mis palabras textuales).

Algo que me gustó fue que, aunque F me explicó que el servicio de prevención del suicidio funciona como una especie de Triage, en el que usted es atendido de acuerdo con la gravedad de su caso (en otras palabras, entre más en la inmunda lo vean, más rápido se ocupan del caso), se puso de mi parte y mostró empatía cuando le conté todo lo que les he narrado aquí. Es más, me animó a publicar este post, a pesar de lo mordaces que puedan llegar a resultar mis críticas. 

Y concluyo por fin este mamotreto contándoles que voy a iniciar de nuevo terapia. F, el psicólogo, y yo congeniamos, y parece ser un buen tipo. Van a volver a hacerme una valoración por psicología y psiquiatría, para ver si necesito medicación, psicoterapia o una combinación entre las dos cosas. Eso sí, espero y aspiro que mi terapeuta sea F, me sorprendió en gran manera durante nuestra conversación y parece ser el profesional que un caso como el mío requiere. No soy creyente, pero te lo pedimos, señor. 

Ya les iré contando cómo evoluciona la cosa por acá.

Ahora, usted se preguntará, si la Secretaría de Salud de Bogotá tarda más de lo que debería en prestar servicios de salud mental, y yo conozco a alguien que lo necesita con carácter urgente, ¿qué carajos hago? Hablaremos de esto en un próximo post, manténgase en contacto y espérelo sentado.

Mientras tanto, si le gustó este post, comente y comparta, eso ayuda un montón. Que gracias.


En otras noticias, la autora de este cochino blog se suma, como buena fan de Glee que fue, al luto por el fallecimiento de Naya Rivera, confirmado ayer. Paz en su tumba. 

jueves, 2 de julio de 2020

A Propósito del Orgullo

Alguna vez, una persona a la que quise mucho me dijo que estaba completamente sola en el mundo. Que nadie, ni siquiera mi familia, me quería, y que el único que me soportaba era “mi amigo homosexual”, y solo porque ambos estábamos hundidos en la misma podredumbre. Si bien hay dos grandes mentiras en tal afirmación, ya que por fortuna cuento con una gran cantidad de personas que no solo me soportan, sino que me aceptan y me adoran sin apuntarme con el dedo, en el post de hoy quiero hacer énfasis en lo segundo.

Resultará obvio para usted, querido/a lector/a, que en las palabras de dicha persona había una clara intención de lastimarme con lo que más me duele, que denigren a mi mejor amigo utilizando como pretexto su homosexualidad, como fuese una clase de enfermedad pandémica que hay que erradicar a como dé lugar, como si alguien por ser homosexual se convirtiera mágicamente en un ser inmundo, putrefacto. Nada más lejos de la verdad.

La persona a la que más amo en la vida -aparte de mi mamá- es gay. Pero si he de describirlo, referirme a ese simple hecho sería demasiado reductivo. A él se refería el personaje en cuestión, desconociendo no solo que es mi mejor amigo en todo el mundo, sino que se ha comportado más como mi hermano que los de sangre, que ha estado ahí siempre, que durante más de 20 años ha sido mi más grande apoyo, la mejor de las compañías.

Y no solo está él, están los centenares de miembros de la comunidad LGBT que he tenido el honor de conocer durante toda mi vida. Muchos de ellos hacen parte de mi círculo de amigos más cercano. Puedo decir sin temor a equivocarme que son las personas a las que más respeto y admiro, su calidad humana es impresionante, su capacidad de amar lo es aún más. 

Siempre que me pregunto por qué me identifico tanto con “el gremio”, llego a la misma conclusión. Sé de muy buena fuente, mi propia experiencia, qué se siente que te censuren, que te tilden de loco, de enfermo mental, de persona no grata, la oveja negra de la familia, el condenado al ostracismo social, del que poco se habla y menos se entiende, porque quienes dictan la sentencia que te margina ni siquiera se toman el trabajo de escucharte de verdad e intentar comprender.

Para mi hermano del alma, y para todas las personas que hacen parte de la comunidad LGBT, sueño con un mundo en el que no solo sean aceptados, sino que sean amados genuinamente, con un amor que no juzga ni señala a quien es distinto, que se sale de la “norma”. 

Sueño con un mundo multicolor, en el que en el que las preferencias sexuales no sean un motivo para discriminar a nadie, en el que cada cual pueda ser quien le dé la gana de ser, sin miedo a ninguna clase de represalias, y en el que todos y todas puedan tomar de la mano a quien aman, con la frente en alto, sin necesidad de esconderse.

Los amo infinitamente, y resisto junto a ustedes.

-
Taglia.