miércoles, 8 de agosto de 2012

Pensamiento poético IV.


"Si no estás obligado a escribir, no estás obligado a ver". Por esto, y para crearme una disciplina que me obligue a estar más pendiente de lo que percibo, he decidido contarles, a manera de crónicas cortas, lo que pase en esta primera semana de clase y mis primeras impresiones sobre las nueve materias que debo ver este semestre. Y así comienzo.

Hoy empiezo la rutina que tendré que seguir durante los próximos cuatro meses. Después de una noche de perros gracias a mi estómago y a que me dormí como a la 1:00 a.m., me levanté a las 5:30 a.m., me hice una cola para no mojarme el pelo, me bañé, me vestí a toda y como se me había hecho tarde, me fui para la universidad con lo primero que encontré y con la misma cola que me había hecho en el pelo. Conclusión, hoy si me veía como “la hija de la peor mamá”. 

Salí a Transmilenio a las 6:00, había una fila espantosa para comprar tiquetes (al parecer ahora que bajaron las tarifas “Transmi” está lleno a todas horas) y como resultado de ello, terminé cogiendo el bus a las 6:21, pudo haber sido más tiempo, estuve muy de buenas porque el bus pasó rápido y desocupado, es decir, me pude subir. ¡Y contra todos los pronósticos llegué temprano! Eso si, después de empujones, arañazos, tirones y bocaos*

Recibí mi primer ADN del semestre y caminé hacia la universidad (casi me tropiezo con una hoja cruzando la 19). En el trayecto empecé a pensar: “mierda, este es un semestre nuevo, ergo es posible que no conozca a nadie y me sienta cual hongo”, pero luego recordé que gracias a Jebús tengo una gran capacidad para relacionarme con la gente y entonces me relajé. 

Subí al tercer piso del módulo 5, donde tenía clase, y me metí al salón que había consultado previamente en el horario rudimentario que armé para evitarme la fatiga de imprimir el del portal. Había mucha gente en el salón y el tipo estaba hablando de unos autores que yo no conocía, estas dos cosas se me hicieron extrañas pero no les paré bolas, lo que me hizo reaccionar fue que el profesor dijera que esa era la segunda clase, cuando mi materia solo se ve una vez por semana. Si, señoras y señores, estaba cual Davivienda, “en el lugar equivocado”. Pregunté a un chico que estaba detrás de mi “¿esto qué es?”, me contestó “física”, y yo ni corta ni perezosa salí pitada. Me fui a la facultad a preguntar qué había pasado, estaba cerrada. Me fui a las salas de cómputo para consultar de nuevo mi horario, pudiera ser que me hubiese equivocado al escribir, pero no, el salón era el correcto. Me fui de nuevo al aula, debajo del número de ella encontré un papel que decía: “Pensamiento Poético IV salón 350”, y me fui para allá.

Cuando entré al salón me recibió un señor canoso que por cierto me simpatizó de entrada al recordarme a mi papá, por su edad y por estar “de punta en blanco”. El tipo echó su cháchara durante tres horas, pero me gustó lo que decía. Se suponía que iba a acompañar su charla de imágenes, pero las condiciones del salón en el que estábamos no eran las adecuadas y a la facultad no le dio la gana de cambiarlo. Al llamarse la asignatura como se llama, uno se espera una carreta ladrilluda y pesada, que la clase sea meramente teórica y que haya que leer hasta lo que no se ha escrito (cosa que no me disgusta), pero en este caso las cosas serían muy diferentes. Si, don Mauricio Cruz nos recomendó algunos libros y autores, entre ellos Freud, Poe, Warburg y Conan Doyle, pero enfatizó en que NO era obligatorio leerlos, yo puntualizo en que así es mejor leer, sin la presión de “si no te sabes de memoria el texto, hago control de lectura y sacas cero”. La lectura es para disfrutarla, no para sufrir por ella, y menos por una causa tan pueril como una nota.

Uno sabe a qué hora entra a la Tadeo, pero no a qué hora sale. Lo digo porque supuestamente salía de clase a las 10 pero algunos imprevistos impidieron que viniera a casa directamente. Imprevistos como encontrarme con Raimundo y todo el mundo y quedarme “adelantando cuaderno”, como tener que ir a la facultad a arreglar mi grupo de Medios para poderla ver este semestre y no seguirme atrasando, y como tratar de donar sangre a unas cuadras de mi casa y no poder hacerlo por mi hipoglicemia, porque la enfermera temía que pudiera bajarse mi tensión y yo sufriera un desmayo.

Y aquí estoy, medio enferma desde ayer y esperando a ver qué sucede mañana.

Los dejo por el momento con la banda sonora de hoy, por obvias razones. Aclaro que la salsa me ha gustado desde siempre, porque no falta el pendejo que dice: “claro, como se murió ahora su música le gusta a todo el mundo”. 

Yo no soy todo el mundo. 

http://www.youtube.com/watch?v=pyViMcNDaxQ


*Fragmento tomado de la canción “Me Pintaré”, de Bebe, publicada en 2012 en su álbum “Un Pokito de Rocanrol”.

viernes, 3 de agosto de 2012

¿Listo para la U, Watson?

“Proyecto de ley busca prohibir que los colegios dejen tareas para la casa”. Con esta perla me encontré hoy navegando en internet. Y me obligó a escribir, si o si.

He de reconocer que, como muchos estudiantes de colegio, yo también detestaba hacer los trabajos extra clase. A mi también me parecían tediosos los informes de laboratorio de física, las ecuaciones de química, los trabajos para filosofía (sobre todo porque se resumían en copiar todo del libro sin siquiera detenerse a analizar qué se estaba leyendo), las funciones de cálculo, el cuaderno de creaciones literarias para español, el proyecto de grado, pasar derecho a final de periodo copiando del cuaderno de historia y geografía propiedad de algún mediocre y falto de conocimientos básicos en ortografía (teniendo por supuesto que cambiar las respuestas a los cuestionarios) y los pensamientos a favor de la vida en educación artística. Y qué decir de las mentes brillantes con las que me tocaba reunirme para los trabajos en grupo, pues como suele pasarnos a quienes somos considerados nerds o ñoños, salvo uno o dos personajes nos empacaban el trabajo entero a nosotros y ellos solo firmaban para aparecer frente al profesor como partícipes en el trabajo, así no hubiesen hecho un carajo. Pero también tengo que reconocer que todas esas infumables e infames tareas me prepararon para lo que ha sido hasta ahora mi vida universitaria.

Porque si, uno en el colegio está acostumbrado a prácticamente no hacer gran cosa y pasar decentemente (con una A de aceptable que debiera mas bien llamarse M de mediocre) el año. Uno muy dentro de si sabe que si no hace las tareas, no entrega a tiempo los trabajos, no se esfuerza lo suficiente, capa clase o hace copia, lo peor que puede suceder es que llamen a sus papás o acudientes y uno se gane su buen regaño e incluso un castigo. Pero en la universidad, definitivamente, las cosas son a otro precio.

Empecemos porque en la universidad poco o nada se ve la figura de los papás o acudientes, eso solo se nota a principio de semestre (a la hora de pagar la matrícula) o cuando a uno le ha pasado algo grave dentro del campus. En el alma máter asumirán siempre que uno es un adulto (aunque no pase de los 15 años) y que por tanto es responsable de lo que hace o deja de hacer. No es bueno esperar que por uno de sus errores llamen a la mamita a darle las quejas, sino más bien que por fin (quizás por primera vez en su vida) una situación en particular le de la oportunidad de afrontar las consecuencias de sus fallos.

Uno debería asumir desde el principio que todos sus profesores son una mierda. Que esas cacas que le tocaron como maestros en el colegio son unas santas palomitas comparados a las crápulas que le darán clase en la universidad. ¿Por qué? Porque esto le permitirá tener un poco más de responsabilidad con sus trabajos y obligaciones. Lo explicaré de la siguiente manera: en la universidad hay que hacer TODOS los trabajos (y como se supone que uno al fin está haciendo lo que le gusta, esto no debería causar escozor alguno) y hacerlos de la mejor manera posible. No es una esperanza válida creer que el profesor es una madre y que si a uno no le dio la gana de hacer el trabajo o no le quedó bien le van a dar la oportunidad de presentarlo después (aunque sea con una calificación menor). Hay casos aislados en que el profesor si es una madre, pero en el 80% de los casos si uno no presenta el trabajo se jode y le clavan un cero del tamaño de Eurasia que deja su nota del corte en el averno (a ver, dígame alguno de ustedes si es que es muy fácil levantar un cero, o un uno).

Ahora pasemos a las ausencias (y aquí si me declaro experta). En el colegio era fácil hacer que los papás le firmaran a uno una excusa muchas veces estúpida para no ir a clase, en la U no es tan sencillo. Si uno falla y llega a la siguiente clase diciendo cosas como: “se enfermó mi gato”, “tenía cólicos”, “estaba ayudando a la vecina con el trasteo” o “me dolía una pierna”, lo más probable es que tanto profesor como compañeros se le rían en la cara con gran carcajada y le claven su falla de todos modos. Y si usted tiene una excusa médica creíble, también es posible que en su universidad sean tan rabones de no tenérsela en cuenta y ponerle la falla de todas maneras. Lo triste del asunto es que por lo general cuando uno acumula cierta cantidad de inasistencias, por más que llore y suplique en su promedio del semestre aparecerá al frente del nombre de la asignatura en cuestión un lindo y hermoso cero y una leyenda que dice: “pérdida por fallas”. No hay nada peor que eso, es como cuando en un partido se pierde por W, lo sé por experiencia propia. Por eso les doy un consejo gratuito: traten de faltar a clase lo menos posible, porque pueda ser que tengan alguna emergencia durante el semestre y si eso pasa, es mejor que su saldo de fallas no lo tengan en rojo, o naranjita como diría mi abuelo.

Y el último caso que quiero mencionar es la llamada “copialina”, tan apreciada por algunos estudiantes ilustres. Hay que llamar las cosas por su nombre. Cuando uno copia en un examen, se llama fraude; cuando uno hace copy-paste en un trabajo, se llama plagio. Y en la universidad las consecuencias pueden ir desde que la prueba sea anulada o haya que repetir la tarea, hasta que el profesor reporte esto en la facultad y usted sea echado como un perro de la institución o incluso se gane una demanda y un carcelazo pendejo. Mejor no arriesgarse.

Y aquí es cuando ustedes se preguntarán, ¿a dónde quiere llegar esta mujer con toda esta cháchara obvia? A que decretos como el 230 (aquel que exige que el 95% de los estudiantes pase el año o sea, que pasen los mejores, los buenos, los no tan buenos, los malos y se cuelen ahí los menos peores) y proyectos de ley como el recientemente presentado no permiten que los estudiantes se preparen de la mejor manera para lo que luego será su paso por la universidad (eso asumiendo que será lo que los educandos hagan después de salir del colegio). Si así nada más al llegar a la U más de uno se va de jeta, no me quiero ni imaginar cómo serán la matanza y los estrellones para los bachilleres que salgan con esta legislación. Quisiera pensar que cada uno es autónomo de armar su maleta al ir creando buenos hábitos de estudio desde el colegio, y esperar que la gran mayoría lo haga con o sin leyes absurdas, pero con lo que he leído al respecto en las redes sociales no soy muy optimista que digamos al respecto. Eso si, listos o no, cuando llegue el tiempo la universidad llegará como Morfeo en The Matrix a decirles: “welcome to the real world”. Ustedes verán.