martes, 2 de agosto de 2016

La Blanquita.

Hace casi una semana, murió una de las personas más importantes de mi vida, mi abuela. Este es un escrito que alguien de la familia me pidió para leerlo durante su despedida, pero más que eso, mi alma me pedía que me despidiera de ella de la manera que yo más sé, quizá de la única forma que puedo hacerlo.

Nunca se llegó a leer durante su sepelio, por eso hoy quiero compartirlo con ustedes.


Dicen que el amor verdadero no existe, que es puro cuento, fantasía barata, pero hoy quiero demostrarles lo contrario contándoles un relato que, para mí, ha sido una de las historias de amor más hermosas que he conocido en toda mi vida y de la que tuve la fortuna de hacer parte.

Hace muchos años, un par de muchachos se conocieron en un pueblo, y empezaron a salir pensando, cada uno por separado, que su relación era cuestión de unos días. Ingenuamente creyeron que solo pasarían unas vacaciones juntos y que después jamás volverían a verse.

Lejos estaban de imaginar que las vacaciones les iban a durar más de 50 años, en los que se casaron, formaron un hogar, vieron crecer juntos a sus hijos y luego a sus nietos.

Durante todo este tiempo Manuel Ríos y Blanca Cifuentes nos enseñaron a todos los miembros de su familia qué significa tener un matrimonio feliz. Era más que evidente el amor y la devoción que sentían uno por el otro, era hermoso ver que se comportaban como si siguieran siendo novios, que se tomaran de la mano como dos adolescentes, cuán dichosos eran compartiendo todo su tiempo juntos y la forma en que les seguían brillando los ojos al ver al otro como la primera vez.

No hay una fórmula perfecta para hacer que un matrimonio funcione, pero con lo que aprendí viendo a mis abuelos, pienso que todo se basa en el respeto por el otro, el no levantarse la voz, el no proferir malas palabras ni insultos, el no discutir frente a los hijos a pesar de las desavenencias. Los abuelos pueden tener ahora la satisfacción del deber cumplido, porque sus hijos, cada uno en su núcleo familiar, han podido reproducir lo que aprendieron en su casa paterna, porque los educaron con el ejemplo.

Nuestro abuelo se fue hace nueve años, y muchos pensaron que la abuela, por el gran dolor que le causó perderlo, solo estaría aquí unos meses, pero no. De algún modo, la abuela tenía que quedarse más tiempo con nosotros para poder conocer y ver crecer a los nietos y los bisnietos que vendrían después de la partida del abuelo.

Ellos, quienes no alcanzaron a conocer al abuelo, tuvieron la dicha de disfrutar a la abuela, esa viejita querendona y alcahueta, la que permitía que hicieran lo que quisieran, la que los dejaba ser. Así mismo nosotros, los grandes, pudimos compartir muchas cosas con ella y construir recuerdos invaluables, en mi caso las risas, las charlas de adultas, los consejos sobre relaciones de pareja y más.

Nuestros abuelos nos dieron el mejor regalo que nadie más hubiese podido darnos, nuestros padres. Sin ellos, no estaríamos aquí.

Hace dos días la abuela por fin se reunió con el amor de su vida, su viejo. Se les cumplió el sueño de volver a estar juntos. Y seguramente, donde quiera que estén, hay una gran fiesta, de la que todos nuestros seres amados que se nos adelantaron, como mi hermano, mi padre y mi bisabuela, están participando y alegrándose con ellos.

Eso no quiere decir que no nos duela profundamente que la abuela ya no esté, pero es en estos momentos cuando no podemos olvidar lo que nos inculcaron nuestros ancestros. Es tiempo de dejar atrás cualquier rencilla que tengamos y unirnos más que nunca, porque solo así seremos capaces de sobrellevar este trago amargo y seguir siendo la familia que mis abuelos formaron, tuvieron y estoy segura quieren continuar viendo en nosotros.

Les aseguro, familia y amigos, que podemos sentirnos felices porque tuvimos a la Blanquita, la consentimos, le dimos gusto, la rodeamos de todo el afecto que siempre nos ha inspirado, y así todos pudimos decirle y demostrarle en vida lo mucho que la adoramos.

Y hoy, tomando la vocería de todos los que hoy te rodeamos, quiero decirte, abuela, una vez más que te amamos, que siempre llevaremos tu recuerdo en nuestros corazones y en la mente lo que nos enseñaste junto al abuelo.

Hasta siempre.