miércoles, 26 de junio de 2013

Las desventajas de viajar en buseta. Ahora con más flow.

Transporte de servicio público. Bus, buseta, colectivo, artefacto que gracias a la Ley de Murphy pasa por donde necesita usted que pase y vacío cuando apenas está encendiendo su cigarrillo, y gracias a la misma ley NO pasa por donde necesita usted que pase pero si pasan muchos que le pueden llevar a lugares donde en ese preciso momento NO necesita ir. Llámelo como guste pero lo quiera o no, hace parte de su vida cotidiana, y desafortunadamente no todo es miel sobre hojuelas en esta relación.


¡Esto es idiosincracia!

Lo que me lleva a escribir sobre esto es una anécdota que me ocurrió hoy. Salía de trabajar a las 8 p.m. y esperé durante largo rato una buseta que me trajera a casa. Pensé en aplicar el primer punto de la Ley de Murphy que mencioné anteriormente pero no lo hice. Llegó un colectivo negro, hasta las narices, preferí esperar al siguiente a ver si al menos podía subirme en él. Llegó, y me trepé como pude por la puerta de adelante. Craso error. Ni siquiera pasé de la registradora, la puerta estaba abierta y como pude tuve que agarrarme de la baranda. Casi me muero del susto. 

Ahora, no piense que soy estrato 20 y montar en bus es un hecho aislado para mí, au contraire, cosas como esta me pasan todos los días. Por eso, y a manera de desahogo, he decidido regalarle mi top 6 de desventajas de viajar en buseta. Claro, con sus respectivas soluciones, para que después no diga que uno solo critica pero no aporta nada.

6. Las ventas de buseta.

Se sube uno al bus, y si hay suficiente suerte se sienta cómodamente. Entonces, este escenario tiene lugar: se sube un personaje peculiar al carro, bastante entrador, sabe que para hacer lo que viene a hacer se necesita tener las pelotas/los ovarios bien puestas/os en su lugar. Empieza su discurso de la siguiente manera: "buenas tardes, queridos pasajeros, en esta oportunidad les vengo ofreciendo este rico y delicioso cianuro por el costo y valor de tan sólo 200 pesos; para su mayor economía, puede llevar dos por 400 o los tres por solo 600; agradezco a la persona de buen corazón que desee colaborarme con mi forma de trabajo, les recuerdo no arrojar la envoltura dentro del vehículo y que Dios los bendiga". Este discurso en medio de todas sus variantes es más o menos lo mismo, y en todas las ocasiones el vendedor de buseta se valdrá de recursos cutres como apelar a su buena voluntad con cara de ternero a medio morir y nombrando a Dios en cuatro de cinco palabras. Ahora, eso no es una desventaja per se, uno se encuentra cosas interesantes en el trayecto. Esto se convierte en desventaja cuando se suben tres, cuatro, cinco, seis vendedores en el mismo recorrido, y usted por respeto se quita los audífonos, recibe el producto y a regañadientes escucha la perorata que ya se sabe de memoria.

Debo decir que esto es tanto culpa del conductor de la buseta (que deja subir a todo el que le de la gana como si fuese fiesta patronal) como de la economía capitalina. A ver, si usted sabe que vendiendo (cantando o peor aun, mendigando) en los buses va a ganar más del salario mínimo, ¿va a preferir matarse ocho horas diarias por un sueldo mediocre o va a rebuscársela como sea? No seamos tan pendejos.

La solución: Tomarlo con calma. Si no le llaman la atención el chiclecito o la gomita, hágase el pendejo; escuche el discurso, reciba la mercancía pero devuélvala sin decir más. Y si le parece interesante lo que ofrece el vendedor y sus gastos semanales le permiten darse el "gustico", hágale, cómprele algo. Eso si, detalle muy bien la calidad del producto, no vaya a ser que compre una chocolatina vencida que lo ponga a trinar parejo en el baño o un esfero chimbo que lo ponga a madrear parejo. Y por favor, como dicen ellos, no bote el papel dentro del bus, así ya sea una porquería, no sea cerdo. 

5. La música.

Para nadie es un secreto que los conductores de buseta (a los que a partir de ahora y porque me da la gana llamaremos buseteros) no se caracterizan precisamente por su buen gusto a la hora de elegir la música que plácidamente nos acompañará en nuestro trayecto. Salvo casos muy escasos, el busetero elegirá las piezas más selectas de la colección de Candela Stereo, Tropicana, Radio Uno (¡pitico de porquería!), Oxígeno y otras emisoras basura. No se sorprenda al subirse al colectivo cuando escuche una disonancia a todo taco que incluye finísimos géneros musicales como el reggaetón, las rancheras, los corridos prohibidos, el vallenato, entre otros. Y en las ocasiones en las que el busetero sea rockero o le guste otro tipo de música, la escuchará en un volumen tan bajo que se confundirá con el ruido del motor, así que no servirá de mucho. Hay ocasiones en las que el viaje incluye música en vivo, proporcionada por diversos artistas urbanos... no, no estoy hablando de J Balvin (¡Dios nos ampare y nos favorezca!), sino de quienes se ganan la vida cantando (o intentando hacerlo) en el transporte público. Cuando son muy buenos no hay ningún problema, pero cuando canta más Juana en la ducha que ellos sería preferible que se le reventaran los tímpanos a uno.

La solución: Sencilla. Si le gusta la música de la buseta gócesela, está en su salsa, pero si no lleve siempre con usted un aparato que reproduzca música, desde un walkman hasta un Ipod son válidos. Solo le ruego, le imploro que use audífonos.

4. Los trancones.

No hay nada que le quite a uno más la media sonrisa en la mañana después de medio dormir que un trancón el verraco cuando usted tiene afán de llegar. No se confíe, también sucede en la noche cuando usted lo único que desea es llegar a su casa a dormir. A uno le dan ganas de volverse Bruce Almighty y abrirse paso en la avenida, y que el busetero en cuestión coopere y no vaya a dos por hora, ¡dígame si no! Pero en este caso hay que darle crédito al humilde busetero, no es su culpa, Bogotá es así.


La solución: Previsión. Si usted sabe que debe llegar a cierta hora a su destino salga con suficiente tiempo de su casa o váyase en Transmilenio, así se evita el trancón y el busetero se evita la tracamandada de madrazos mentales que seguramente usted profiere en esas interminables dos horas. Y bien, en la noche si tiene mucho afán váyase en Transmilenio (de pie, por supuesto) o si no lo tiene trate de agarrar silla en la buseta y duerma dos horitas, eso sí, pilas con sus cosas y con usted mismo. 

3. La sensación de estar viajando en una lata de sardinas.

Me atrevo a asegurar que es usted de los que viaja en hora pico en el bus, y por supuesto este siempre va hasta las orejas. Es común que en Transmilenio se forme la de Troya por agarrar un puesto o al menos por poder subir al articulado, pero esto es algo que el conductor no controla, cosa que si puede hacer el busetero. Un busetero que por su estúpida guerra del centavo deja que su vehículo se llene hasta el techo y por eso ponga en riesgo la vida de los pasajeros merece la horca. He visto infinidad de accidentes que ocurren por su imprudencia al no vigilar que el cupo de viajeros (si, transitar Bogotá es todo un viaje) no se extralimite a la capacidad del bus.

La solución: Paciencia. También por esto es importante que usted cuente con suficiente tiempo al desplazarse de un lugar a otro, para que pueda darse el lujo de esperar a que el siguiente bus esté lo suficientemente vacío como para que se pueda subir y contar con el mínimo espacio vital. Si ya está metido en la pelotera le reitero la importancia de cuidar sus cosas y si es claustrofóbico (como una amiga mía) respire profundo y cuente hasta 1000. Ah, y otra cosa, trate de subirse por la puerta de atrás y si es muy rabón no pague el pasaje, uno cancela con gusto un servicio prestado con dignidad (no es cierto, pague, al menos lo están llevando a su destino, no sea ladrón).

2. La inseguridad.

Aquí me permito citar lo que le pasó a un amigo mío cuando salía de la universidad para su casa. Resulta que un personaje iba muy contento chateando con su BlackBerry en el bus, cuando una mujer trancó la puerta de atrás y se subió un tipo con cara de pocos amigos y le quitó el celular a nuestro personaje amenazándolo con un cuchillo curvo. Mi amigo inmediatamente se quitó inmediatamente sus audífonos y los guardó disimuladamente en su chaqueta, pensando que el ladrón intentaría robarlo también. No pasó, la rata iba a lo que iba, por el celular del pelotudo aquel. Lo más terrible del asunto es que esa misma rata trató de atracarme dos horas antes del incidente con mi amigo, pero por cosas del destino (o porque me le paré bien firme) ni siquiera se me acercó. ¿Cómo la ve?

La zozobra en la que puede convertirse un viaje en bus no solo se remonta a la posibilidad de que se suban un par de ratas armadas a atracar a los pasajeros, sino a la impotencia que causa una modalidad conocida como el cosquilleo, cosa que sucede muy fácil gracias al punto 3 de esta discusión. Le sacaron sus cosas y usted ni cuenta se dio, y ni modo de hacer nada porque usted no supo quién carajos lo hizo. No crea que por viajar en Transmilenio usted se salva de esto, ni mucho menos de lo siguiente: se hace a su lado alguien, y empieza disimuladamente a manosearlo, nada lindo, nada aconsejable para la integridad física y mental.

La solución: Si se suben las ratas a robar, no les demuestre miedo, de eso se alimentan, hágase el pendejo así se esté orinando en los calzones del susto. Otra vez, no exhiba en el bus sus aparatos electrónicos como pan de 1000, muchas veces las ratas saben perfectamente a quien atacan y con quien ni se molestan. Tenga mucho cuidado con sus cosas, si sabe que el bus va a estar lleno guárdelas muy bien, si no le produce mucha molestia en su entrepierna (no, mentiras). Y si alguien osa tocar sus partes nobles con toda intención, dígale con serenidad que tenga más cuidado de no rozarlo, y si no entiende, dele una buena bofetada.

1. El busetero que no sabe manejar.

Que Dios nos agarre confesados al encontrarnos con un personaje así. En nuestra querida Bogotá es muy común toparse con buseteros que pareciera que hubiesen encontrado su licencia de conducción en una lechona, en un tamal, o en una piñata. El problema no es que adolezcan de la técnica para pilotear, sino que lo hacen mal porque carecen del mínimo civismo y respeto por el otro, mejor dicho, conocen las reglas como profesionales pero las rompen como artistas. ¿El motivo? asegurar su sueldo, ganar más dinero a costa de muchas veces la vida de los pasajeros. Adelantan carros como bestias, van a 100 por hora, frenan durísimo y así el pasajero se da en la jeta, se quedan detenidos en las avenidas esperando a quienes les informan las rutas generando trancones, paran en la mitad de la vía a dejar pasajeros, en fin... Ejemplo práctico: usted quiere bajarse del bus, pero se puede quedar 10 minutos tocando el timbre y como don busetero va a toda velocidad no para y cuando lo hace frena como animal, entonces usted se baja encolerizado no sin antes decirle la famosa frase: "¿me va a llevar hasta su casa?". 

De todas las conductas indebidas del busetero hay una que no puedo soportar, y ni siquiera la tolero en un taxista que conduce a las 3 a.m. y tiene la ciudad para él solo: que se pasen los semáforos en rojo. 

Por culpa de un maldito busetero imprudente que lo hizo mi hermano murió atropellado.

La solución: La doy a riesgo de que sea considerada un pajazo mental. Denuncie. En todos los vehículos de servicio público hay un número al que usted se puede comunicar si le parece que el comportamiento del conductor no es el adecuado para su seguridad, dé el número de placa y la hora en que abordó el carro. Hágalo, su vida puede correr riesgo.

Agradezco a quien se haya tomado el trabajo de leer semejante mamotreto, y agradezco también a quien quiera comentar sus experiencias en el transporte público. Si se me quedó algo en el tintero, hágamelo saber, por favor.