Antes que nada, debo decir que no
es mi intención faltarle al respeto a quienes disfrutan la navidad, pero que así
como respeto profundamente sus creencias, espero lo mismo de su parte.
Muchos de los que me conocen
saben que no me gusta la navidad, me han visto miles de veces publicarlo o
hacer mala cara cuando veo que desde finales de octubre empiezan a decorar en todas
partes. Pero muy pocos saben por qué, aquí me permito explicarlo, a quien le
interese.
Dice
la canción: “llegó diciembre con su alegría, mes de parranda y animación”. Para
mucha más gente de la que se piensa, entre quienes me incluyo, diciembre es
todo, menos alegría, parranda o animación. Y no necesariamente porque estamos
solos en este mes, o nos creemos irreverentes, o somos rebeldes sin causa que
nos vendemos al primer plato de buñuelos, o porque la falta de creencia en un
Dios le quite todo el significado a estas fechas. Aunque estas puedan ser
razones válidas, no nos gusta la navidad por otros motivos mucho más
importantes que esos (para nosotros son importantes, que no lo sean para
ustedes no es nuestro problema), y antes de criticarnos por no unirnos a la
algarabía general, creo que estos argumentos deberían ser conocidos, a pesar de
no ser compartidos.
La música decembrina.
Recuerdo mucho que el año pasado
cuando trabajaba en un conocido almacén de la ciudad, desde el 16 de diciembre como
hasta el 1 de enero ponían solo música de navidad. Y mientras mis compañeros de
trabajo e infortunio estaban felices de la vida, yo sufría ante el panorama de
aguantarme esa vaina durante ocho horas diarias. Debo decirlo, el chucu-chucu
que tanto gusta en las familias colombianas me parece detestable desde siempre.
Grupos como Los 50 de Joselito, Los Corraleros de Majagual, Los Hispanos y
demás “engalanan” las fiestas navideñas, y a mí me dan ganas de que se me
exploten los oídos. Además, me ponen en la infrahumana tarea de bailar sus
canciones, cuando un mosquito de finca se mueve más que yo.
Por
otro lado, en los últimos años le he agarrado particular aversión a los
villancicos. Todos los años cantamos retahílas ininteligibles pero no tenemos
idea de qué significan, ¿o alguno de ustedes sabe qué carajos quiere decir
Tutaina, o Antón Tiruliruliru? Ahora, si hay algo peor que los villancicos, son
los villancicos cantados por niños, con pajaritos de fondo. Para mí es una
tortura escuchar a estos impúberes balbucear aquellas tonadas que ni ellos
mismos entienden.
Las peloteras.
Usted quiere pasear tranquilo por
las calles de su ciudad, pero se encuentra con ríos y ríos de gente ávida de
comprar, o de ver las lucecitas (que hasta bonitas son), o de lo que sea. Bogotá
en diciembre se pone peor que Transmilenio, aunque con algo más de aire. Y lo
siento, pero si la gente me molesta per
se, en navidad no me dan ganas ni de salir de mi casa ante semejante
panorama.
Ni
hablar de desearle una feliz navidad a mis amigos (algo que por razones que
encontrará más abajo dejé de hacer hace mucho), porque el hecho de
transportarse de un lugar a otro el 24 de diciembre es todo un desafío, así
usted tenga carro; y si lo que se desea es evitarse la fatiga y solo llamar al
amigo en cuestión, mejor dejarlo para el 25 o hacerlo más temprano, pues a las 12
de la noche del 24 todas las líneas están congestionadas.
El desmedido consumismo.
Siempre en navidad uno ve a la
gente (sobre todo a los padres de niños pequeños) desgañitándose consiguiéndole
regalos a Raimundo y todo el mundo. Dependiendo de sus posibilidades, usted los
ve el 24 regalando hasta lo que no tienen, botando la plata a diestra y
siniestra. Ahora, esto no es malo por sí mismo, hasta provechoso es. Lo malo es
cuando lo hacen para congraciarse con todos, como si eso fuese lo único que uno
les puede ofrecer a los demás. Además de plata, simbolizada en regalos, también
uno debería compartir tiempo, cariño, otras cosas con la familia, y no
solamente en navidad, como si fuese una alerta.
El consumismo
no solo se ve en los regalos, sino en ostentosas cenas y decoraciones. Recuerden
que Jesús era pobre, no se hagan los ricos en estas fiestas.
La hipocresía familiar.
Creo
que el hecho de ser familia no obliga a que uno le caiga bien a todo el mundo,
cosa que está bien. Lo maluco es cuando uno sabe que orgullosamente es la oveja
negra de la familia, el miembro incómodo que llaman, pero en navidad todo
cambia de manera casi mágica. Como si uno no supiera que detrás de cada
sonrisita, de cada gesto amable, se esconde un profundo desprecio hacia quien
uno es. Como si uno no se diera cuenta que detrás del “feliz navidad” está un “¿por
qué me tengo que aguantar a esta imbécil?”. Todo sería más sencillo si ni
siquiera se molestaran en fingir, si lo dejaran a uno tranquilo en su rincón,
observando en silencio la interacción familiar. Ojo, no estoy hablando de mi
propia familia, pero si a alguien le cae el guante…
A pesar de todas estas cosas, aun
cuando todo esto me molestara, todavía seguía disfrutando la navidad, pero todo
cambió hace exactamente ocho años.
Todos los motivos anteriores son
estupideces comparados con lo que narraré a continuación. A las 9 de la noche
del 24 de diciembre de 2005 me encontraba tranquila en el computador de la casa
de mi abuela poniendo música, a pesar de que mi padre se encontraba grave en
una clínica. En ese momento llegó uno de mis tíos, y me dio la siguiente
noticia: “tu papá se puso muy grave, tu papá se murió”. Hace exactamente ocho
años murió la persona que más amaba en el mundo, la más importante en mi vida. Por
eso, mientras para muchas personas la navidad simboliza el nacimiento de Jesús
y esta es una época de recogimiento, de unión familiar y de felicidad; para mí
no es más que un nuevo aniversario luctuoso de mi papá, una fecha que me
recuerda con toda contundencia que él ya no está conmigo, un día en el que cada
año lo extraño más.
Por esta sencilla razón detesto
con toda mi alma la navidad. El resto de cosas me fastidian porque me recuerdan
mi propio duelo.
A pesar de eso, les deseo feliz
navidad, y que se los coma el Grinch.
Es verdad que agentes externos
como la literatura, la televisión, la publicidad, el cine y las revistas tienen
algo en común en cuanto a qué somos como mujeres. Se nos presenta a menudo como
las pobres muchachitas desvalidas que necesitamos a un hombre para que nos
salve del mundo, o de nosotras mismas. Nos vemos por lo general como niñas en cuerpo
de adultas, sumisas, desprotegidas, ávidas de cariño y atención, así seamos
independientes en el ámbito económico y hagamos más dinero que ellos. Disney no
escapa a esa lógica, y mucho se ha dicho acerca de la tremenda influencia que sus
películas han tenido sobre la configuración de los roles de hombres y mujeres
en la sociedad. Ahora bien, no es mi intención afirmar que las niñas y las
mujeres somos tan estúpidas que al ver que la protagonista de cierto filme hace
determinadas cosas (o deja de hacerlas) la vamos a imitar sin el mínimo
razonamiento sobre si su comportamiento nos conviene o no, porque eso sería
perpetuar la estigmatización que la industria del entretenimiento hace sobre
nosotras. Tampoco pretendo satanizar a Disney porque si, Mérida y Mulan no me
lo permitirían. Lo que si busco es generar una reflexión a partir de cinco
casos específicos que hemos visto en las princesitas de esta compañía y
preguntarme qué nos han enseñado y cómo eso ha influido en nuestro accionar
como mujeres y en una relación sentimental. Además, y como entremés, me he
permitido reescribir esas historias (por favor, no me tomen tan en serio), a
fin de que sean más equitativas con nosotras.
La Bella Durmiente (1959)
Sinopsis. A la fiesta de bautizo de la princesa del reino, llega la
bruja envenenada porque no la invitaron al convite. Entonces, profiere un
hechizo sobre la niña: cuando cumpla dieciséis años, se pinchará con una rueca
y morirá. El rey, temeroso, le propone que en vez de que muera, caiga en un
sueño profundo (en coma que llaman), la bruja accede. En efecto, la chica a sus
dieciséis se pincha con la rueca y se queda dormida, junto con todos los
habitantes del castillo. Después de muchas peripecias, el príncipe la
encuentra, la besa, la despierta y se casan.
¿Qué nos enseñó? Básico, a no hacer nada. Si quiere encontrar el
amor, simplemente enciérrese en la torre más alta del castillo y espere a que
llegue a usted. Lo malo es que si usted se limita a eso, lo más probable es que
el tipo ni se dé por enterado de su existencia, y cuando usted se dé cuenta,
habrán pasado los años y estará tejiendo carpetas y patines para sus sobrinos
con su mamá. Cómo reescribimos esta historia. En efecto, la chica se queda
dormida, pero no la despierta el príncipe sino un agente externo. Puede ser que
la rueca le caiga en la cabeza o la picadura de un mosquito, como en Kill Bill.
Sale del castillo y se encuentra con el príncipe en el bosque. Se cuadran y al
cabo de un tiempo se casan, tienen dos hijos y un gato.
Cenicienta (1950)
Sinopsis. La chica
queda huérfana de madre siendo una niña. El padre preocupado, lleva a su casa a
una mujer a quien convierte en su esposa y sus dos hijas. El padre muere al poco
tiempo y a partir de ese momento, la madrastra y sus hermanastras la tratan
peor que a una sirvienta, ganándose el apodo de Cenicienta. Pasan los años y el
príncipe del reino está buscando esposa, por lo que sus padres organizan una
fiesta. Cenicienta quiere ir, por obvias razones su madrastra hace todo para
que no vaya. La señora y sus hijas van a la mentada fiesta y cuando se han ido,
llega el hada madrina y convierte a nuestra heroína en una vieja divina, que
deja flechado al príncipe. Bailan toda la noche hasta que se rompe el hechizo. Esta
loca sale corriendo y en su huida deja botada una zapatilla de cristal. El príncipe
busca por todos lados a la chica a quien le quede la zapatilla, hasta que la
encuentra. Y como en todas las películas de princesitas, se casan y viven
felices por siempre.
¿Qué
nos enseñó? Lo único que tiene que hacer para liberarse de su
vida horrible y su odiosa familia es ponerse divina e ir a alguna fiesta de
ricos donde alguno de ellos se fijará en usted y le pedirá que se casen. Ahora,
esto no pasa en la vida real. Usted puede ir a la dichosa fiesta y levantarse a
un gomelo de esos (o a varios), pero tenga por seguro que si lo único que tiene
por ofrecer es una cara bonita, a lo máximo que llegará con ese sujeto será a
un one night stand, donde al final ni
siquiera se tomará la molestia de pedirle el teléfono. Chicas, no todo en la
vida es una cara y un cuerpo envidiables, hay que cultivarnos intelectual y
espiritualmente.
Cómo reescribimos esta historia. Cenicienta vive de la patada por
cuenta de su familia, pero al príncipe no es que le vaya mejor. Tanto él como
ella salen de sus casas a estudiar y trabajar, mejor dicho, se independizan. Se
encuentran en la universidad, se enamoran, se casan luego de graduarse y tienen
dos hijos y un gato.
Blancanieves (1937)
Sinopsis. Blancanieves
es la chica más bonita del reino, tanto, que su madrastra tiene envidia de
ella. Por eso, hace que un cazador se la lleve al bosque y la mate, trayendo
como prueba del crimen su corazón. El tipo no es capaz de hacerlo, la deja ir y
le lleva a la reina el corazón de un cerdo. En su huida, Blancanieves encuentra
la casa de siete enanos, los tipos la dejan quedar con la condición de que haga
todas las labores domésticas. Un día, la reina se da cuenta de que la
muchachita no se murió, va a la casa de los enanos disfrazada de anciana
decrépita y le da una manzana envenenada. La chica no muere sino que cae en un
sueño profundo (¿se les hace conocido?) que es roto por un príncipe cuando la
besa. Se casan y viven felices por siempre.
¿Qué
nos enseñó? Tres cosas fundamentales. Primero, la belleza atrae
la envidia de otras mujeres, en nuestros tiempos es probable que no te ofrezcan
una manzana envenenada, pero si te podrían llegar a tirar ácido en la cara. Segundo,
que los hombres trabajan y las mujeres deben quedarse en casa haciendo oficio. Y
finalmente, que necesitas de un hombre para que te solucione la vida, en este
caso, para que te la devuelva. Reconozco que el primer caso no está errado del
todo, solo basta con ver la prensa roja para darse cuenta de ello. Pero en
pleno siglo XXI la concepción de los roles en una pareja y del desvalimiento de
las mujeres debe cambiar, tiene que cambiar.
Cómo reescribimos esta historia. Blancanieves sale del palacio
porque su madrastra la quiere matar, no por ser bonita, sino por la herencia
del padre. Ella llega a la casa de los enanos, pero establece las reglas del
juego desde un principio: ella se va con los enanos a trabajar todas las
mañanas, y por las tardes se reparten entre todos los oficios de la casa. Encuentran
en la mina diamantes, se vuelven ricos y llegan a tener su propio reino, donde
Blancanieves es reina y los enanos son sus ministros. Así puede enfrentar a su
madrastra, quien ha perdido su belleza, y ganar para si su reino. Se reencuentra
con el cazador, se casan, tienen dos hijos y un gato.
Si no
les gusta mi historia, aquí les va otra reinterpretación:
La Sirenita (1989)
Sinopsis. Ariel,
la hija del rey del mar, está aburrida con su condición de sirena y quiere
convertirse en humana. Esto es catalizado cuando conoce a Eric quien cae al mar
luego de que su barco naufragara. La chica queda embobada con el galán y le
canta una canción, cuidándose de no ser vista por él al despertar. A raíz de
esto, Ariel va donde la bruja malvada para que la vuelva humana. La bruja
accede, pero a cambio le pide su voz. La princesa se queda durante tres días
donde su galán, solo para darse cuenta que el tipo se va a casar con otra, que
no es más que la bruja malvada quien se está haciendo pasar por ella gracias a
su voz. Al final, se dan cuenta de esto, Eric reconoce a Ariel y se casan.
¿Qué
nos enseñó? Para estar con el hombre que ama, usted debe dejar
atrás su familia, sus talentos y su esencia. Mejor dicho, convertirse en la
mujer perfecta… para un misógino, porque eso es precisamente lo que esta clase
de especímenes esperan que usted haga. Hágalo y prepárese para comer mierda por
el resto de su vida, o hasta que el tipo se aburra de usted y la deje.
Cómo reescribimos esta historia. Ariel y Eric se dan cuenta de sus diferencias
y tratan de adaptarse el uno al otro en la justa medida. Simple. Es cierto que
en una relación de pareja ambas partes tienen que ceder, pero las mujeres no
tienen que hacerlo todo por el vínculo. No tenemos por qué cambiar todo lo que
somos, hasta desaparecer, porque un hombre se fije en nosotras o por retenerlo
a nuestro lado. Qué bonito que nos quieran por quienes somos de verdad, no por
una máscara que al final se cae y se rompe en mil pedazos.
La
Bella y La Bestia (1991)
Sinopsis. Bella
es la mamacita del pueblo, que acepta alojarse en el castillo de una bestia
peluda a cambio de la libertad de su padre, una especie de intercambio
humanitario. La bestia en cuestión es en realidad un príncipe encantado, que
para romper el hechizo debe ganarse el amor de una mujer bonita antes de que
caiga el último pétalo de una rosa. Al final, el hechizo se rompe y este par se
casan.
¿Qué
nos enseñó? Que no importan las apariencias, pues la verdadera
belleza está en el interior… claro, a menos que seas mujer. Y que con amor y
paciencia hasta el cromañón más acérrimo puede convertirse en un caballero. No sé
por qué, pero a las viejas nos gusta rehabilitar gamines. Nos decimos todo el
tiempo, “yo lo puedo cambiar”, vaya pajazo mental. Eso que lo digan las miles
de mujeres maltratadas física y psicológicamente por sus parejas, a ver si es
cierto.
Cómo reescribimos esta historia. Reconozcamos primero una cosa en
la Bella original. A la vieja le gusta leer, es culta e inteligente. Pero sumémosle
un elemento adicional. Volvámosla más fea que Betty y metámosla en el castillo
con la bestia esa, a ver si es cierto que las apariencias no importan. Y que se
maten entre ellos, a ver qué pasa. El final lo dejo a criterio de ustedes, ustedes
verán si el verdadero amor los vuelve bonitos o se quedan como la versión
Disney de Shrek y Fiona. www.facebook.com/RadioMiseria
Nadie me lo ha pedido, pero con este pequeño post les describo mi blog, al que quiero como se quiere a un hijo bobo.
Radio Miseria nace
a mediados de 2012 a partir del blog de un amigo mío (La Fiebre de las Cabañas,
de Luis Carlos Ávila) y de una necesidad personal por contar historias de mi
vida cotidiana con las que cualquiera se pudiese identificar, algo así como la
canción que usted escucha por ahí e inmediatamente piensa: "oiga, a mí
también me ha pasado esto".
A raíz de mis
experiencias propias (y un poco de lo que le pasa a la gente con la que convivo a diario) siempre me
surgen una serie de interrogantes. Me pregunto por qué pasan algunas cosas y si
estas afectan negativamente algo cómo podrían ser solucionadas. No pretendo
responder a través del blog estos cuestionamientos pero si planteármelos y
ponérselos sobre la mesa a los demás, que ellos mismos de cierto modo mediten
mis inquietudes y también empiecen a hacer las propias, cosa que, quiero creer,
hace la gente que me lee (y la que no también).
Ahora, ¿qué carajos escribo en este espacio? La
respuesta es simple. Estupideces de todo tipo que por alguna razón a la gente
le gustan. Pero al mismo tiempo son cosas que por mis circunstancias no me
parecen tan estúpidas. Es lo que pienso, lo que creo, lo que vivo. Por momentos
me bloquea el vivir situaciones más del día a día que interesantes, pero planeo
no dejarme callar por esto sino traerlas a colación, a ver qué sucede. Creo
firmemente que de las vivencias que parecen más insignificantes se pueden extraer
ideas realmente valiosas.
Disfruten del blog, o vomiten al leerlo. En otras noticias informamos a nuestra amable audiencia que este chuzo ya tiene página en facebook, por si le quieren echar un ojito: https://www.facebook.com/RadioMiseria
Hace unos días hice un experimento con un amigo, le pedí que describiera cómo sería yo si fuese un hombre. Podríamos estar de acuerdo o no con sus planteamientos, pero aquí las opiniones cuentan. He aquí lo que escribió.
Cada día
se marchita antes de que observe el sol, entre los muros de infinitos mundos.
Estás sola, perdida entre la nada, mientras observo como se derriten las
montañas. De uno en uno los años se acaban y aun no veo un rostro entre las
ramas. De algo se debe morir, tal vez sea hoy, tal vez sea mañana, o entre
botellas y piernas la próxima semana. La decisión es vana, reside entre los
huesos de las que morirán buscando agradar a mi causa. Nadie es digno, ninguna
vale una palabra, así pasen todas por mi cama; mañana en la mañana recogerán
sus cosas y se marcharán.
He visto cómo
se desmoronan castillos de la Alemania romano-germánica frente a mis pies y
solo les he dado un par de patadas para dispersar los escombros por los roñosos
basureros de sus almas. Ahora
estoy solo, enfrentando la impunidad ante una flor más que se marchita entre
mis garras, inmolada a la todopoderosa deidad que llevo entre el pecho y la
espalda. Es un bocado que obsequia lágrimas entre el compulsivo dolor que nace
en sus entrañas, se retuerce entre su sangre y no me durará hasta la cena sin
desgarrar las sábanas. Cuando sea otro rostro gris que dice sentir amar, pero
no tiene idea de lo que eso podrá significar, perderá el mérito y será igual a
las demás, sin llenar el vacío que han creado los años y la infamia…
Tengo la
soledad mezclada a partes iguales con el tedio, quiero querer y no puedo. No existe
nadie, en ningún lugar, en ningún momento. Estoy en la puta punta de
la montaña, solo, olvidado de la mano de Dios, perdido en el tiempo, pescando
recuerdos en una laguna que se ha secado antes de la creación del mundo. Y no tengo
de otra que esperar a que alguien suba hasta allí, alguien que tenga el coraje
y la capacidad, que no sea la escoria de todos los días que no ve más allá de su
miseria mental. Tengo la vana esperanza de que mientras más me hunda, más
petróleo encontraré.
Siendo tan
machista como feminista soy, tan cruel con las mujeres como lo soy con los
hombres, observo al espejo y me doy cuenta de que no somos tan diferentes. Solo
cambia un cromosoma, se sigue haciendo lo mismo y la
historia sigue igual.