martes, 24 de julio de 2012

"Entre dos tierras estás..."


El sábado pasado fue un día de esos moviditos. Estaba sola en casa desde el viernes porque mi mamá había decidido irse de paseo con sus compañeros de trabajo y no me llevó (de todos modos, no tenía ganas de ir; no los conozco y no me interesa departir con ellos). Como es mi costumbre, no había dormido nada esa noche, no había podido dormir a pesar de tener mucho qué hacer ese día. Entró una llamada a mi celular como a las 10 de la mañana, era un viejo amigo de la iglesia a la que solía asistir hasta hace poco más de un año, la verdad me sorprendió porque aunque habíamos quedado de encontrarnos no pensé que me fuera a llamar. Nos pusimos la cita a las 5:00 al frente del café insignia de la iglesia (Coffee & Jesus) y aquí empieza la historia.

El resto de la mañana me quedé viendo House por internet (detesto verlo por Universal, detesto los comerciales), como a la 1 me puse a “coimear” (término peyorativo para la acción y efecto de hacer oficio) y a las 2:30 me entré a bañar. Sé que es estúpido lo que voy a decir, pero me preocupaba un poco que el pelo no se me alcanzara a secar para arreglármelo, pero si se pudo. Obvio, si no veía a este señor desde hacía tanto tiempo no quería que me viera como “la hija de la peor mamá” (si, aunque no parezca tengo las mismas preocupaciones e inseguridades en cuanto a mi apariencia que cualquier otra chica). Mientras se secaba mi pelo, terminé de hacer el oficio. Como a las 4:00, me cambié, me arreglé y a las 4:30 salí para la cita. Menos mal vivo relativamente cerca a la iglesia, otra de mis preocupaciones era llegarle tarde al personaje por aquello de “tu palabra es tu integridad”, pero llegué al punto de la hora.

Ahora bien, casi no lo encuentro, primero porque no es que precisamente se destaque de entre la gente, y segundo porque la iglesia estaba abarrotada de gente, cosa que no me esperaba al ser un sábado, por lo general el día de mayor movimiento es el domingo (¡no me digas!). Pero lo encontré, nos saludamos y nos fuimos caminando hacia el oriente buscando un lugar con menos gente para poder conversar de una manera más tranquila. Nos encontramos por casualidad con mi “primo” quien es un fiel seguidor de Jesús (y también asiste a la iglesia, por supuesto) y como que entre lo que hablamos se dio a entender que la charla entre este señor y yo tenía fines conversores. En fin. Caminamos con rumbo a la autopista, yo estaba tentada a decirle que fuéramos al Oma que queda en el teatro La Castellana (¿ya se van ubicando?) pero él me llevó a un sitio un tanto pintoresco que no se alejaba del todo (más bien para nada) de aquella estética cristiana que inundaba esas cuadras. Pedimos un par de jugos e inició la charla.


Como me lo empezaba a suponer desde que nos encontramos con mi “primo”, la charla desde un principio tuvo tintes religiosos. Bueno, eso de religioso lo digo a falta de una mejor palabra, porque no era una religión de lo que estábamos discutiendo precisamente, sino de una relación más cercana con Dios. Claro, la persona que según todo esto la necesitaba era yo, teniendo en cuenta que, como dije al principio, había dejado de asistir a la iglesia hace mucho tiempo, había dejado tirada mi formación cristiana y había mandado al carajo todo mi proceso; y hasta ese momento no quería saber nada de Dios ni de la vida cristiana que había dejado atrás (o por lo menos eso creía).

No voy a entrar a darles detalles minuciosos de mi charla con el personaje aquel, solo les diré que gracias a ese momento con él pude comprobar que esas personas cultas e inteligentes con las que suelo relacionarme (como las que quiero llegar a ser y en momentos creo ser también) si se encuentran en una iglesia; que no todos son una masa amorfa, un molde “perfecto”, tan solo un número más en la serie, las copias inexactas de Juan Muñoz y Tuti Vega (sin ánimo de ofender); y eso me gustó. También me gustó que me hablara como alguien con quien si bien no tengo una relación cercana por lo menos se interesó en “conocerme” lo suficiente como para darme un mensaje personal, no prefabricado o genérico. No me soltó la perorata que suele soltar el cristiano común cuando quiere convertirlo a uno a su religión o llevarlo de nuevo a ese camino: “Dios te ama”, “Dios tiene planes contigo”, “bla, bla, bla”, o lo que es peor, versículos bíblicos a diestra y siniestra (como si uno jamás hubiese leído la Biblia, por favor); a lo que yo solía contestar con un: “si, claro, ajá”, y por dentro respondía con un "esto lo he escuchado tantas veces que ya no me interesa".

Por lo anterior, debo decir que le creí, que por primera vez en mucho tiempo me puso a pensar seriamente en la posibilidad de volver a la iglesia. Todavía no sé si lo vaya a hacer o no, pero lo estoy pensando. Así que en este momento estoy como aquella canción de Héroes del Silencio que dice: “entre dos tierras estás, y no dejas aire que respirar”. Y si analizan bien la letra de esta canción, se darán cuenta que le cae muy bien a mi situación actual. Porque si, estoy entre quien soy en este presente y quien seré si sigo por este camino y quien puedo ser si me voy por ese camino que dejé atrás hace algún tiempo. ¿Será que se acerca mi día cero? Reitero, no lo sé, pero es probable que así sea. Mierda.

Día - No lo sé todavía.

Casi no puedo entrar de nuevo. Incluso había olvidado que correo tenía vinculado a mi blog. Eso quiere decir, inequivocadamente, que hace mucho tiempo no me meto a escribir en estos lados. Prometo que, si las nueve materias que empezaré a ver en la universidad a partir del lunes 6 de Agosto me lo permiten, mis vomitivos escritos saldrán a la luz con un lapso mucho menor que el de ahora. Espero y aspiro no salir con muchas incongruencias, ustedes comprenderán que hace mucho no escribo, y que cuando uno pierde esa costumbre (que jamás debiera perderse) es complicado al principio retomarla con la calidad acostumbrada. Pero ya no más.

Fin del comunicado.