viernes, 28 de marzo de 2014

Las cosas que odio.

A propósito de un proyecto que hice el corte pasado para la universidad, en el que se me pedía que hiciese mapas de mí misma y me pareció conveniente realizarlos basada en aspectos claves de mí, este post y el siguiente (que se publicará pronto) son una serie de listas de cosas que odio y que amo. 


Hoy les hablaré, muy por encima, de mis odios, de las cosas que no puedo tolerar. Ahí les va.

1. La hipocresía. Si, ya sé que la diplomacia (que no es otra cosa que la hipocresía vestida de etiqueta) es una habilidad social, pero desafortunada o afortunadamente jamás la pude adquirir. Prefiero que me digan las cosas en la cara, de forma escueta, así duelan.

2. Los estereotipos. Detesto que me encasillen, que me traten de definir con alguna etiqueta, eso me limita.

3. La Mesa. Viví muchos años en ese pueblo, allá hice la secundaria, pero aunque es verdad que en ese tiempo aprendí mucho y conseguí unos cuantos amigos, odio ese lugar y preferiría nunca volver. Luego les cuento de manera más amplia por qué.

4. La navidad. Los lectores regulares de este blog ya conocen las razones. Si no, acá están.

5. La obsesión por tener un cuerpo perfecto, acorde con los cánones de belleza occidentales. Y eso que voy al gimnasio.

6. Las mentiras. A pesar de que todo el mundo miente, hasta yo.

7. La gente idiota. Espero no formar parte del 95% de la humanidad que lo es, y estoy siendo muy generosa, créanme.

8. Producir lástima. Como lo dije en un post anterior, pienso que ese es el peor sentimiento que se puede generar en otro ser humano. Prefiero que me odien, que me desprecien o incluso que me subestimen.

9. La televisión, sobre todo los canales privados nacionales. Tras de que la mayoría de los programas parecen estar producidos para una audiencia cuyo coeficiente intelectual iguala al de Homero Simpson, uno debe aguantarse una tracamanada de comerciales insulsos e infumables. No hay derecho.

10. El ruido. Por ejemplo, el que genera la cantina que queda al frente de mi casa. Cada fin de semana intento descansar y esta gente está poniendo a todo taco excelsas piezas musicales como "El Serrucho". Me dan ganas de tener una escopeta y volarles la tapa de los sesos.

11. Que me den órdenes. Joder, no estamos en el ejército.

12. Madrugar. Y la mayoría de días tengo clase de siete. Qué moral.

13. Los shows en público. Y en privado.

14. Hacer cosas por obligación. 

15. Los stalkers. Como dice María Daniela, ¡pinten un bosque y piérdanse!

16. El vallenato. Lo juro, no me aguanto ese sonsonete.

17. Viajar en buseta. Aquí están las razones.

18. La mayoría de mis ex. Y no es que los odie, es que me fastidian. Sorry.

19. La sociedad.

20. El reggaetón. Ahondaré en este punto en otra ocasión. Por ahora diré que no me gusta que me llamen zorra en sus canciones. ¡Momento! Me gusta Te Quiero Puta, de Rammstein y esa canción no es que sea un halago para ninguna mujer... en fin.

21. Álvaro Uribe Vélez. Este se explica por si solo.

Ya que llegaron hasta acá, comenten a continuación qué cosas odian ustedes. O por facebook, o por donde les dé la gana.

Esperen verme pronto en modo cursi y romanticón con la lista de las cosas que amo.
Hasta entonces.

viernes, 21 de marzo de 2014

Defender la causa.

Recuerdo que alguien cercano a mí hace algunos años me dijo lo siguiente: “X persona pagará tu universidad y pondrá el mundo a tus pies, todo lo que debes hacer es cambiar tu manera de ser”. No se me pedía nada más.

A veces me pongo a pensar qué hubiese pasado si le tomase la palabra a esa persona (o a cualquier otra en algún momento de mi vida) y me hubiese convertido en otra cosa, no sé, tal vez en alguien más dócil, más linda, más femenina quizá, menos problemática, menos incendiaria, con menos videos en mi cabeza, en fin. Y después de meditarlo con calma siempre llego a esta conclusión: tal vez si fuese la persona que el mundo quiere que sea mi vida sería muchísimo menos complicada, salvo por una cosa, no me sentiría feliz, y créanme, alguien como yo valora más la felicidad que el facilismo.

A pesar de que en muchas ocasiones no me siento completamente conforme con quien soy (y hasta mejor porque si lo estuviera me estancaría), no me sentiría feliz siendo alguien más por varias razones. Como lo he dicho en varias ocasiones, creo que uno no puede pasarse la vida tratando de complacer a otros, eso es un servilismo inútil. No hay nada más gratificante que vivir basado en los preceptos propios, en el universo que uno mismo construye leyendo, investigando, experimentando, corriendo el riesgo de vivir.

Por otro lado, si en algún lugar de la historia hubiese cambiado mi forma de ser por congraciarme con alguien más me sentiría todo el tiempo como si estuviese viviendo una vida que no es la mía, una mentira. Sentiría que me estoy traicionando, y que los principios que tanto defendía a la larga no valían nada para mí, pues los habría vendido al mejor postor. Ese es un precio demasiado alto y no pienso pagarlo. No quiero jamás levantarme de mi cama sabiendo que me he convertido en lo que tanto he criticado desde que tengo uso de razón, una caricatura de mí misma, una marioneta. Sería mejor que me cayera un meteorito encima y me aplastara.

Finalmente, a pesar de no tener precisamente una vida apacible y escalonada como la que vende la publicidad y a pesar de unos cuantos errores, siendo como he sido hasta ahora he logrado la mayoría de cosas que me he propuesto, aunque todavía me faltan muchas más. He tenido más de una vez la satisfacción de responderle con argumentos a aquellos cuantos que alguna vez me dijeron “no puedes hacerlo” con un contundente “mírame hacerlo, y aprende”.

Si hay algo que admiro de la condición humana, es su capacidad de lucha. El tener un motivo por el cual levantarse todos los días y dar la pelea, darla con todo lo que se tiene, y si no se tiene, sacarlo de donde no lo hay y seguirlo haciendo. Hay gente que ni siquiera se molesta, tal vez porque les da miedo enfrentarse al mundo, porque su vida ha sido tan sencilla que no tienen esa necesidad, porque otro lucha por ellos o más triste aún, porque no tienen nada que los mueva a luchar. Aspiro nunca ser así.

Por eso, mi propósito en este año es seguir defendiendo mis causas con mucha más fuerza de lo que lo he hecho hasta ahora, porque así para los demás estas no sean relevantes, para mí lo son, y eso al final es lo único que importa. Pero eso sí, trataré de no confundir determinación con desesperación, he de dejar de pelear por causas perdidas. Por cosas que no son para mí, por gente a quien le da igual si estoy o no. Quien quiera estar, que esté, quien no, ya sabe qué hacer.