domingo, 1 de abril de 2018

Anatomía de una fractura.


Esta no es la radiografía de mi fractura, pero hagamos de cuenta que sí.

Domingo 15 de enero de 2017, una salida a un bar de la ciudad como cualquier otra. Me vestí y me arreglé sin pensar que esa noche pasaría por una experiencia que marcaría mi vida hasta el día de hoy, al fin y al cabo, ¿quién iba a imaginarse que una fractura de tobillo sería el escenario en el que crecería de una manera tan impresionante?

Es para mí confuso explicar cómo carajos pasó, pues ni yo misma lo sé. El caso es que venía bajando unas escaleras cuando se me torció el tobillo y por no irme de jeta caí con todo el peso de mi cuerpo sobre él. Cuando intenté seguir caminando, no pude hacerlo, no podía apoyar el pie, entonces me llevaron al sitio de emergencias del bar, pero no me remitieron a ninguna parte porque no tenía servicio de salud y me fui a casa.

Mi mamá llegó dos días después, me revisó y fue ella quien se dio cuenta de que había sido una fractura, que era importante hacer algo al respecto, yo juraba que era un esguince y que a los ocho días estaría perfecta. La verdad, odio los hospitales, pues hasta ese entonces cualquier persona de mi familia que entraba en uno no salía vivo, salvo mi mamá cuando le han tenido que hacer cirugías, por eso me negaba rotundamente a ir.  

Para que me pudieran atender, una tía pidió una radiografía para que un ortopedista amigo de ella supiera qué estaba pasando, fuimos a un centro médico y el radiólogo confirmó lo que mi mamá ya sabía: “he visto fracturas feas, horribles, y la suya”. A correr por urgencias al hospital más cercano.

Durante dos años que estuve trabajando como independiente, nunca aporté a salud y pensión porque, como muchos de ustedes han podido evidenciar, el servicio de las EPS es una reverenda porquería. Entonces, cada vez que me enfermaba, prefería llamar a la droguería y que me llevaran las medicinas a la casa a soportar quién sabe cuántas horas en una clínica a ver si les daba la gana de atenderme. Por desgracia esta vez mi enfermedad no se curaba con inyecciones. Tuvimos que hacer un trámite bastante engorroso para que pudieran darle atención a mi fractura, aún así tuve que bajarme de cierta cantidad de dinero para pagar mi estadía en tan lujoso hotel.

A lo largo de mis primeros meses de recuperación, estuve completamente sola. Mi única ventana al mundo era mi computador, que en abril, precisamente el día de mi cumpleaños, se dañó. Hubo personas a mi alrededor en algunos momentos, pero en el día a día mi único contacto con ser humano alguno era con los que me llevaban los domicilios. Como no podía levantarme de la cama, para poder comer y fumar tuve que inventar un sistema un poco rudimentario: una bolsa con una cuerda que bajaba por mi ventana con el dinero y subía con el pedido y las vueltas. Ahora lo recuerdo con cierta gracia, pero fue complicado, sobre todo porque así comprendí, a los golpes, que la soledad no solo equivale a libertad, sino a que cuando me encuentre en una situación jodida, solo podré contar conmigo misma.

Hay alguien a quien debo agradecer de una manera especial, el doctor F., quien realizó mi cirugía. No solo por eso, también fue pieza clave en mi recuperación cuando en un momento llegué a pensar que estaría condenada a usar las malditas muletas toda la vida. Muy amablemente estuvo atendiendo mi progreso sin cobrarme un solo peso, además me devolvió la confianza para dar los primeros pasos sin el apoyo de las muletas, pues un poco por pereza y otro tanto por miedo no había querido soltarlas, hasta que en junio lo hice finalmente. No sé si vaya a leer esto, pero gracias, doctor.  

Hasta hoy no puedo decir que estoy recuperada por completo. Todavía me cuesta mucho bajar escaleras como antes, me da pavor pensar que me puedo volver a caer, no sé si en algún momento de la historia lo voy a superar del todo. También siento mucho dolor todavía, lo que a veces hace que no camine del todo bien y cojee. Ignoro si es normal, estoy esperando que me valore un especialista para que me dé luces al respecto, ya que ahora sí tengo servicio médico.  

La parte emocional va mejor. Ya no me pregunto por qué me pasó eso, sino para qué, y creo que soy muchísimo más fuerte después de esta experiencia. Eso sí, espero que jamás me vuelva a suceder, porque esa sensación de inutilidad, de no poder valerme por mí es algo que nunca quiero volver a experimentar.

Seguiremos informando.


Y aquí viene el aviso parroquial. Si leyeron este mamotreto, cuéntenme cómo les pareció y si debería volver a escribir en este cochino blog con regularidad, ya saben que pueden comentar por acá, por facebook o por donde les dé la gana.

@GeTagliaferri
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