En algún momento de la historia, a alguna mente privilegiada de Internet
se le ocurrió la más relevante de las modas de los últimos siglos; la de los
princesos. El origen etimológico exacto del término es un misterio, pero asumo
que era una especie de respuesta sarcástica al feminismo de la red, que
propendía a luchar contra la violencia de género. Pues bien, queridos amigos,
creo que el ideal ha sido subvalorado, porque ahora somos las mismas mujeres
quienes hemos adoptado aquella palabrita para definir a cierta clase de hombres
que a continuación me permitiré describir.
Antes que nada, he de aclarar que ser princeso no tiene nada que ver con
ser homosexual (así Katy Perry diga lo contrario en “Ur So Gay”), pues son dos
conceptos muy distintos.
Ahora, como muchos de ustedes se sienten orgullosos de ser todos unos princesos,
he querido regalarles a quienes quieran emularlos una fácil y entretenida guía
para que lo logren, y se conviertan en la versión chibcha de Prince Charming (sí,
el de Shrek).
Ojo, si usted cumple con alguna de las características eso no quiere
decir que sea un divo de vereda, aunque tal vez esté en camino. Pero si tiene
tres o más, créame, es todo un rey.
La actitud lo es
todo.
Nada de lo que verá a continuación le será útil si usted no tiene la
actitud correcta.
Empecemos por su ego. Usted no caminará, levitará entre los mortales,
como si fuera un dios. Todos sus deseos serán órdenes para el resto. Siempre se
hará lo que a usted le dé la gana, lo que quieran los demás valdrá menos que
caca de perro. Siempre sienta y haga saber al resto que usted es más que todo
el mundo. Si sigue meticulosamente las próximas instrucciones tendrá argumentos
que sostengan su posición.
Un princeso se cree y se siente de la realeza. Pero no es como una reina
de belleza, o Lady Di que se la pasaba metida entre leprosos y pobres, todo lo contrario.
Unirse a causas a favor de la gente de escasos recursos no está en sus planes,
no le interesa en lo más mínimo. Cree que la mayor aportación que le da al
mundo es simplemente existir.
El princeso le huye a los ñeros como si fuera la peste, les tiene asco,
tirria y miedo. Se cree superior al 99,9% de la población mundial y lo
demuestra todo el tiempo, no solo con la gente humilde, sino con quienes están
en su mismo nivel socioeconómico. No es necesario que usted viva en Rosales,
sino que se comporte como si así fuera. Así que ya sabe, desdén ante todo.
Para que a nadie le quede duda de su grandeza, déselas de intelectual. Impresione
a la gente, sobre todo a las chicas, con todos los libros que ha leído en su
vida. Qué más da si usted solo leyó Juventud en Éxtasis en el colegio, y por
morbo, su secreto está a salvo con nosotros. También aduzca que solo ve cine
arte, que las películas comerciales son una reverenda porquería para las masas
ignaras, y que las de acción solo las ven personas sin pizca de educación. Ahora,
si se quiere hacer el romántico, dígales a las chicas que le gustan las chick flicks, no falla.
Demuestre al mundo cuan culto es a través de la música que escucha.
Dígales a todos que usted solo escucha música clásica, jazz, o cosas más
“mundanas” como Amy Winehouse o Joss Stone. No importa que en secreto escuche
reggaetón y vallenato, que cuando esté jincho le dé por cantar rancheras a
grito herido, Ricardo Arjona o Justin Bieber (baby, baby, baby, oh!) y que su ídolo sea Romeo Santos.
La pose de intelectualoide solo tendrá que mantenerla mientras coja
confianza, después podrá seguir siendo el mismo reggaetonero estrato siete que
siempre ha sido. Esto le servirá para, como diría Andrés López en La Pelota de
Letras, confundir y reinar. Además, le dará un halo de misterio irresistible (eufemismo
para: la gente se preguntará ¿y este man qué?).
Véase como todo un
Ken.
La prioridad de un princeso es su imagen y arreglo personal. En ese
orden de ideas usted invertirá todo su tiempo libre en cuidar milimétricamente
su aspecto, para que después pueda lucirse en su oficina o universidad, restaurantes
de la zona G y bares de la zona rosa.
Le advierto que tendrá que hacer una gran inversión de tiempo y dinero,
esta guía no es para cualquier aparecido.
La mayoría de machos cree que solo debe invertir cinco minutos de su
tiempo en arreglarse. Pero no es su caso. Usted será de los que toma baños de
20 minutos o más, en los que embadurnará su cuerpo de cremas para que su piel
se vea y se sienta lo más suave posible. Además, aplicará en su cabello (pelo
nunca, aunque cabello sea una palabra inmunda) todo tipo de tratamientos. También
se depilará completamente, sí, hasta las axilas. Y quién sabe qué carajos más
hará en ese tiempo, no lo sé y no me interesa saberlo.
El hombre promedio también piensa que la peluquería es asunto de 20
minutos, en los que le cortan el pelo y pare de contar. El princeso en cambio
no va a una peluquería, sino a un salón de belleza, en el que aparte de
cortarle el pelo, le hacen el manicure y pedicure, masajes, lo depilan, en fin.
¿Qué mejor plan para un princeso después de tres largas horas en el
salón de belleza que gastar la plata de la quincena en un buen guardarropa? Porque
de nada le sirve a usted invertir tanta cantidad de tiempo en el spa si va a
seguir usando los mismos chiros de siempre, la camisa con el cuello roído y los
calzoncillos gris ratón. Para cambiar su armario no escatime en gastos, nada de
irse a San Victorino, a un outlet de las Américas o a una feria artesanal. Todo
lo que usted use debe ser lo más caro y de última moda, debe gritar “¡tengo
mucha plata!” a kilómetros. También cambie su ropa interior, nada de marca
pollito, no se baje de Gef. Elija colores sobrios, como blanco, negro, azul
oscuro, e incluso si usted es un poco más arriesgado cómprese unos rosados. Pero
por favor, asesórese bien, la idea es que se vea como galán de telenovela, no
como aspirante a traqueto.
Deje el sedentarismo a un lado e inscríbase a un gimnasio. Para seguir
haciendo ejercicio en casa, cómprese unas pesas o, si su presupuesto lo
permite, una elíptica. Un gordo fofo o un alfeñique no puede ser un princeso,
no le va. Eso sí, con la cara de chibcha no es mucho lo que se puede hacer.
Sea delicado y
cuidadoso al hablar.
¿Qué sería de un princeso muy bien vestido y arreglado si a la hora de
hablar se pierde todo el encanto? Por eso, usted deberá tener suma atención en
lo que dice, y cómo lo dice. Recuerde que lo último es más importante.
Haga de cuenta que nunca pasó por una institución educativa, mejor aún,
que jamás pisó una biblioteca. Para que me comprenda, haga de sus
conversaciones una cuestión de forma, no de fondo. Busque temas que tengan la
profundidad de una tapa de cerveza retornable. Asuntos como cuántas viejas se
ha comido, qué tanto se emborrachó la última vez que fue a la 93, el tiempo que
pasó en el salón de belleza, o cuánta plata se gastó en ropa el último mes, le
serán muy útiles y fáciles de discutir. No pierda su tiempo con cosas como la
filosofía kantiana o el Dow Jones, sus amigos princesos no lo entenderían, y
usted menos.
Hable todo el tiempo como si tuviera una papa caliente en la boca. Sobreactúe
con frases como “o sea, mariquis”, “mira esa nena tan churra, won” (güevón
nunca, won), “esta farra es un hit”, y otras que no deseo recordar.
Y claro, cuando se encuentre por ahí con alguien que no habla tan bonito
como usted, dese el lujo de denigrarle con frases como “mucho ñero”, o “mucho
hampón”. Por favor, un princeso se cree estrato siete y habla como estrato
siete. Quien no se exprese de la misma
forma no es digno de compartir su espacio.
Sea toda una gallina.
Un princeso está más cerca de ser una estatua de cera que de ser un
neandertal. ¿Darse en la jeta con otro tipo? Nunca, se le dañaría el blower. ¿Defender
a su novia de unos ladrones? Jamás. En esos momentos lo que se debe esperar del
sujeto en cuestión es que se esconda tras las faldas de su pareja (¿o
pantalones?) y sea ella quien tenga que dar la cara por él, si es que no sale a
correr despavorido.
Pero esto infortunadamente no es suficiente. Si usted desea ser un
princeso de verdad, debe temerle hasta a las situaciones más cotidianas, todo habrá
de ser una señal de peligro para usted.
Por ejemplo, deje de montar en Transmilenio, no vaya a ser que se le
dañe el manicure y se le peguen los olores de todo el mundo, entonces las tres
horas que invirtió en hacerse las uñas y echarse loción de bebé se le irán al
carajo. Aparte, los raponeros que nunca faltan pueden enamorarse de sus
cositas, y para más colmo no estará de más la vieja fea que se le pegue por
delante. Ahora, si por obligación tiene que utilizar este servicio, súbase al
bus con las manos a cada lado de su cuerpo con expresión de “no me toquen, por
favor, gas fuchi fó”.
Evite también pasar por ciertos lugares de la ciudad. Para esto dígale a
sus amigos “uy, qué ceba de sitio, mk”, seguro ellos estarán de acuerdo con
usted. En Bogotá JAMÁS vaya de la 72 para abajo, pobrecito, cuidado lo violan. Y
cuando vaya con su chica por la calle, no intente hacerse el macho, pues como
ya vimos anteriormente no le queda. Dígale cosas como “amort, esta calle está muy fea, vamos con precaución para que no
nos roben”. Si esa vieja se ríe en su cara es porque ella no entiende que su
status no es para cualquier sector.
Una Barbie para un
Ken.
Es primordial que tenga en cuenta que no todas las mujeres somos dignas
de andar con un personaje de tan alta alcurnia como para en este momento es
usted si ha seguido las anteriores recomendaciones al pie de la letra. Nada de
andar metiéndose con cualquier guaricha, con cualquier lobita de call center
como usted las llama, porque se le daña la imagen. Quedan descartadas también
las intelectuales, chocolocas o machorras, pues no corresponden a lo que usted
quiere proyectar. Y si le llega a gustar alguna, úsela y mándela al carajo,
pero nunca la saque a la luz pública, ¿qué dirían sus amistades?
La mujer que usted presente en sociedad tendrá que ser de su mismo nivel
socioeconómico, o por lo menos aparentarlo. Deberá cuidar su aspecto mucho más
que usted. Por ejemplo, si usted gasta 20 minutos en la ducha, ella gastará dos
horas; gastará el doble de plata en ropa, lencería sexy y calzado, y nunca
repetirá atuendo, cosa que a usted sí le está permitida; sus lugares favoritos
de la ciudad serán el centro comercial, el salón de belleza y el gimnasio, no
saldrá de ellos. Será muy femenina, y más delicada al hablar que usted, nada de
groserías o expresiones ñeras. Y hablará de los mismos temas que usted, hasta
se pueden dar consejos de belleza. Oh, cuántas cosas en común, serán la pareja
ideal. Si le aburre mucho este tipo de mujer, se jodió, porque al ser un
princeso esta es la clase de mujer que usted aspirará levantarse.
La mujer perfecta para un princeso es simple, una igual a él, así a
veces las personas se confundan y no sepan quién es Barbie y quién es Ken.
Y a la hora de
levantar…
Como usted ya es una gallina, es lógico que le dé miedo hablarle a una
mujer en un sitio público, como un bar. Pero usted no es ningún bobo, entonces
se llevará al más entrador de sus amigos para que le ayude a charlarse a un par
de nenas, una para cada uno. Lógicamente, usted se lleva a la mejor, ni pendejo
que fuera. Cuando hayan encontrado al par de víctimas, digo, conquistas, deje
que su amigo haga todo, y dedíquese a observar. No se moleste en ser amplio con
las féminas, recuerde que su encanto hace todo por usted. Más bien, limítese a
comprar una cerveza de litro para todo el mundo. Si esto no funciona y las muy
desagradecidas al final de la noche solo se despiden de usted con un beso en la
mejilla, vaya a un rincón del bar y haga cara de perro regañado, pueda ser que
alguna distraída por lástima se lo lleve a su casa a lamerle las heridas, si
sabe a lo que me refiero.
Si por azares del destino usted logró levantarse a una vieja, traslade
también esta desidia a su relación. Busque y llame a su pareja solo cuando a
usted le dé la gana, véala solo cuando usted quiera. Ignórela por días y
semanas. A ella no le molestará, antes debería estar agradecida porque alguien
tan magnífico como usted le está haciendo el favor de estar con ella (y yo me
pregunto ¿eso realmente es estar con alguien?). Cuando salgan juntos, no le gaste ni un
chicle ni haga el mínimo esfuerzo por ella. O sí, llévela a sitios caros de vez
en cuando, pero solo para que a ella no le quede la menor duda de su
supremacía. No se le olvide restregarle en la cara sus invitaciones cada vez
que pueda.
A la hora del sexo, igual. Solo tire con ella cuando usted quiera, y
como a usted le plazca. Si a ella no le gusta, da lo mismo. Y si se niega a
cumplir sus caprichos en la cama, búsquese a otra. Total, usted es el rey.
Esperamos que esta guía les sirva, al menos de diagnóstico. Si ustedes
se ven identificados, tengan presente que aquí no hay nombres ni apellidos, y
que están a tiempo de rehabilitarse.
Y un consejo para usted, señorita que anda con un sujeto de estos. No pierda
su valioso tiempo ahí. Estos tipos no cambian, a menos de que les pase alguna
tragedia, no cuenta como tal que se le parta una uña, y es muy probable que usted no alcance a ver eso. Y si el tipo la echó, no
se desgaste en buscarlo, mucho menos en rogarle, más bien dele gracias a la
vida por librarse de él. Tenga presente que en la vida de un princeso usted
solo es un objeto más, con el que se divierte hasta que se canse. No negaremos
que Ken es un papacito, no en vano gasta tanto tiempo en cuidar su imagen, pero
si para él no está a su altura la va a usar hasta que pierda el interés, sin
que nadie se entere, porque le da pena que lo vean con usted, así sea una mujer
muchísimo más valiosa que él como me atrevo a asegurar que lo es, luego la va a
mandar al carajo sin ningún respeto o consideración. Adelántese, hágalo usted.
Y recuerde, Ken no tiene pipí, pero sí una cabeza hueca.
Comenten cómo les pareció el regreso del blog, ahora con más veneno. Háganlo
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Mános a la obra!
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